YO QUIERO QUE TÚ SEAS SANTO

Una vez un campesino llega temprano a la parroquia de su pueblo, llega muy cansado, agotado, su deseo era hablar con Jesús, ya que en una misa una vez escuchó de su sacerdote decir (señalando el sagrario): aquí tienen a Jesús, pueden hablar con él todo el tiempo que quieran, aprovechen ese regalo hermoso, recuerden que Jesús les espera con los brazos abiertos. Este campesino obediente y muy sencillo, sin hacer propaganda, se acerca con cuidado al sagrario y se pone de rodillas para hablar con Jesús: “¿sabes Jesús?, estoy hoy preocupado. Vengo un poco cansado, mi familia a veces no tiene para comer, pero no nos olvidamos de ti, rezamos en las comidas, también por las noches antes de acostarnos, con nuestros vecinos nos llevamos muy bien, nos ayudamos cuando tenemos problemas, a veces me dan alguna cosita para comer con mi familia y eso me alegra. Pero estoy preocupado: veo que muy pocos vienen a misa, casi nadie se confiesa, y cuando venimos a misa siempre hacen ruido, al salir de la misa hablan muy mal de todos, la lista es larga ¿sabes?, muy larga que no terminaría de contarte…pero tú lo sabes todo”. De pronto escucha una voz que sale del sagrario que dice: “necesito gente buena y santa para que hablen de mi a otros y para que actúen en mi nombre. Yo te he elegido a ti, porque yo quiero que tú seas santo”.

Quizás pudiera haberse pasado por tu mente cuando escuchabas la invitación de parte de Dios para ser santo: “¿qué, yo santo? No, para nada. Para eso está San Martín de Porras, San Agustín y todos los demás santos”. Pensamos que la santidad es algo inalcanzable. Escuchemos lo que Moisés dice de parte de Dios: “diles: ustedes serán santos, porque yo el Señor, su Dios, soy santo. No odiarás. No te vengarás, amarás a tu prójimo” (Lev.19,1-2.17-18). La santidad, según este libro, gira en torno a vivir la fraternidad fruto del amor. Esto es un reto ya que vemos o somos testigos que se rompen, a diario y muy fácilmente las relaciones fraternas. Santa será la persona que viva el amor a radicalidad, a pesar de las fricciones y/o divisiones.

Santo, para San Pablo, es la persona que abriéndose a Dios, puede hacer que Él habite siempre en cada uno, de tal manera que seamos como un templo: “¿no saben ustedes que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Ese templo son ustedes” (1Cor.3,16-23). Dios debe sentirse a gusto de habitar en cada uno en particular.

Un cambio de mentalidad propone Jesús al recordar todo lo que se decía en el AT de las personas que son enemigas, para poder pagarles con la misma moneda y aborrecerlas. Santa es la persona entonces que no es capaz de odiar, sino de amar y de hacerlo a quien nos agravia: “Han oído que se dijo ojo por ojo y diente por diente. Yo en cambio les digo, no hagan frente al que los agravia, amen a sus enemigos. Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Mt.5,38-48). La santidad no es otra cosa que aceptar las exigencias de Jesús desde el amor. Es hacer las cosas bien según Dios. ¿Aceptaremos este reto ya que el mundo de hoy quiere vivir siempre de espaldas a Dios mismo?

Sabemos que en el Bautismo se nos dio, en semilla, el don de la santidad. ¿Estará fructificando?

Medios para alcanzar la santidad ya los sabemos: vida de oración, vida sacramental, comunión fraterna, obras de misericordia, lectura de la palabra de Dios, devoción mariana, visitas al Santísimo, acompañamiento espiritual, etc.

¿Entendemos por qué Dios nos pudiera decir: yo quiero que tú seas santo?

Con mi bendición.

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