50 AÑOS DE VIDA SACERDOTAL Y MISIONERA – XIII

XIII

¿ERES FELIZ EN TU MISIÓN?

“Para que nunca la amargura sea
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón”.
(Laudes- himno del lunes II)

¿Eres feliz en tu misión? Esta era una de las preguntas que me formularon mis amiguitos, los niños de Cazadores. Más adelante verán la respuesta que les di en mi carta. La pregunta  es sin duda muy sutil, encierra otras preguntas. Una puede ser ésta: ¿Se sintió P. Socorro, atraído por el corazón de una mujer, se sintió enamorado alguna vez? Voy a responder con sencillez, contándoles un cuento. Un cuento que tiene más de historia que de cuento.

          Érase que se era una vez un curita, de aquellos que vestían sotana. Le llegó la hora de emigrar y lo hizo como lo hacen las aves, volando por los aires de un continente a otro. Llegó a una ciudad grande. En la ciudad había una barriada grande, en la barriada una parroquia grande, y en la parroquia tres grandes y experimentados sacerdotes y eran grandes catequistas. ¡Aquello, en verdad, era todo grande y maravilloso! El curita, después de recibir el saludo cariñoso de sus compañeros sacerdotes y de algunos feligreses más cercanos a la parroquia, pidió que le llevaran a la capilla para dar gracias al Señor. La oración del curita fue ésta: ¡Gracias, Dios mío! por haberme acompañado desde tan lejos, gracias mi Dios. Soy tu patito que voló día y noche de un continente a otro, sin rumbo, sólo por instinto, pero seguro de llegar a su destino, con tu presencia amorosa. Ya estoy aquí, mi Dios, ahora cuida de tu patito, que no sabe si habrá un tiburón grande, en este charco grande, que encontró en este país grande. Amén.

          Y pasaron los días y pasaron algunas semanas. Ya se acercaba el comienzo del año escolar, cuando el Sr. Párroco y superior de aquella comunidad, lo llamó y lo llevó a una sala en la cual había toda clase de material didáctico para la catequesis. ¡Mira! aquí tienes tres juegos de cincuenta gráficos. Toda la historia sagrada y los puntos del catecismo los tienes aquí. En esta mesa están los folletos que te explicarán los gráficos y te enseñarán el arte para ser un catequista excelente. ¿Y estos tubos de cartón que veo en este rincón? – preguntó el curita – También veo dos pequeñas máquinas.

Las maquinitas son para pasar filminas en la catequesis. Las usamos solamente en la parroquia. Los tubos de cartón son el porta gráficos. La bicicleta que vas a usar tiene un dispositivo para llevarlos con seguridad. A propósito, prosiguió el Sr. Párroco, cuídate de los perros, en cualquier esquina te van a salir una jauría de ellos. Cuando ven una sotana colgada de una bici se ponen furiosos. Para que  no te claven los colmillos y te hagan jirones la sotana, el secreto es no seguir corriendo, hay que pararse en seco. Entonces se acercarán a ti como mansos corderos. Te diré algo que te interesará, en la biblioteca encontrarás un libro titulado “La ciudad y los perros”. Es una interesante novela de un ilustre periodista peruano, Vargas Llosa. Te recomiendo que la leas cuando tengas tiempo.

          Comenzó el año escolar. Al curita no le quedaría tiempo para aburrirse, le dieron veinticuatro horas semanales de clase en los colegios de secundaria, y como si fuera poco, le encomendaron la “Cruzada Eucarística Misional, que la formaban un grupo de quinientos niños de cuarto y quinto de primaria. Eran los apóstoles de la Eucaristía y de las misiones. Comulgaban todos los primeros viernes de mes. Para animarlos se editaba en la parroquia una hojita, “Presente”, con la ayuda de la Acción Católica parroquial. En la primera página iba siempre una cartita motivadora del curita.

          Y pasaban las semanas y pasaban los meses y el curita de tanto ir y venir en bici, de colegio en colegio, llegó a ser muy popular, sobre todo, en los colegios de las chicas. Y ¿para qué?, el curita se dejaba querer. Y como todavía conservaba la inocencia bautismal, quiero decir, la inexperiencia de un seminarista recién salido del cascarón, llegaba puntualísimo, cuando las niñas estaban todavía en recreo. Naturalmente las quinceañeras se le pegaban a la sotana como enjambres de moscas. Todas querían ser las primeras en saludarle, las primeras en llevarle el porta gráficos, las primeras en  tomarle la bici para ponerla en su lugar, en el lugar de las bicis. Aquello era muy divertido, pero también un verdadero relajo, que alarmaron al profesorado y a los experimentados sacerdotes, a cuyos oídos llegaron tales acontecimientos. El joven sacerdote aprendió humildemente la lección y comenzó a llegar cuando debía hacerlo, cuando las alumnas estuvieran ya en sus clases. Las jóvenes profesoras lo agradecieron mucho, ahora eran ellas las que llenaban de atenciones al Sr. Cura.

          Y pasaron los meses y pasaron los primeros años. Y pasó lo que tenía que pasar: apareció en escena una joven atractiva, preciosa y linda como una rosa primaveral (así le pareció al curita). Y la preciosa y linda rosa comenzó a ver visiones. Ante sus ojos el curita de sotana y bici apareció con cara de ángel. Los dos corazoncitos palpitaban de una manera inusual. ¡Aquello era muy bello! Como el corazón tiene una manera especial de pensar, se acercaban, se encontraban, todo era muy natural. La chica hablaba y hacía su dirección espiritual con mucho fervor y el curita se derretía paternalmente de amor. Si celebraba la misa, allí en la primera banca se encontraba aquella preciosa y linda rosa, sumida en amorosa contemplación: ¡Qué santo es mi director espiritual! ¡Qué bien habla! Ah, y comenzaron a entrecruzarse cartitas, de dirección espiritual por supuesto.  

                  Aquella era una tormenta tropical, agradable y alarmante a la vez. Felizmente los dos ángeles de la guarda velaban para que no se quemaran aquellos fervorosos palominos. El joven sacerdote, por una gracia especial de Dios, no había perdido su fe y el encanto por su vocación. Volvió a orar con fervor: “A ti, Señor, me acojo, no quede yo derrotado para siempre, tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído y sálvame.” (Salmo 70). Después de renovarle su compromiso al Señor, llamó a su linda y preciosa rosa que seguía con su corazón grande y su alma limpia. Le aconsejó que fuera generosa también con el Padre del cielo, que la había escogido para cosas más importantes. Se dieron la mano, se prometieron oraciones y se tomaron unas  largas, muy largas vacaciones…, hasta el Cielo.

Ahora quiero unirme a los Ángeles para entonar juntos un himno de acción de gracias: ¡Gracias Dios mío! Porque me has permitido contar a mis lectores la verdad y toda la verdad, unido a mis flaquezas humanas que tú, Dios de Amor y Misericordia, me has perdonado; ¡Gracias Dios mío! Porque me concediste seguir fiel a mis votos, y como si fuera poco, seguir más enamorado de mi maravillosa  vocación sacerdotal y misionera:      

¡Gloria a Dios, Aleluya, Aleluya!
“Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo”.
(Salmo 115)
“Bendito sea Dios, que nos alienta
en nuestras luchas”. (2 Co 1, 3. 4)

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