50 AÑOS DE VIDA SACERDOTAL Y MISIONERA – XIV

XIV

LAS   MADRINAS DE  GUERRA

“Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor por los
días de mi vida; gozar de la dulzura
del Señor, contemplando su templo” (Salmo 26)

Madrinas de Guerra

Fue un gesto humano y muy cristiano el que ofrecieron miles de jóvenes españolas a nuestros sufridos soldados, en la guerra española del 36. Se las llamaban “Las Madrinas de guerra”. Comenzaron las novias, luego las familiares y conocidas, y por fin, otras muchas se agenciaron una dirección y escribieron al soldado desconocido. Con las cartas que enviaban periódicamente, iba una pequeña encomienda con cigarrillos y golosinas. Cuántas veces llevé yo personalmente al correo la carta y el paquetito, que mi hermana Julia mandaba a su novio Pedro Acosta, que más tarde sería mi cuñado.

          En nuestro seminario de teología escribíamos los estudiantes, como promoción vocacional, una hojita que la titulábamos “Futuros Apóstoles”. La enviábamos luego a Madrid y se incluía mensualmente en la revista La Milagrosa, que editaban los Padres Paúles. En una ocasión se me ocurrió a mi escribir un articulito sobre Las Madrinas de guerra. Llamé la atención de mis compañeros, no por si estaba bien o mal escrita, eso no tenía importancia. Mi mérito fue la ocurrencia que tuve de recordar ese hecho histórico de nuestra guerra y aplicar la enseñanza a nuestros soldados, los sacerdotes y aspirantes al sacerdocio, que en la milicia de Cristo,  la Iglesia, estamos luchando en primera fila. Tuve también el coraje de ir preguntando a todos los compañeros, si tenían algún familiar religioso, y llegué a la conclusión de que el ochenta por ciento de los seminaristas tenían  uno o varios familiares consagrados a Dios. Indagué hasta donde pude, si los compañeros que fracasaron en la vocación tuvieron familiares religiosos. La conclusión, tal vez un tanto gratuita, fue que los que teníamos una o varias Madrinas de Guerra seguíamos adelante.

Mi tía Sor Antonia y prima Sor María,
Hijas de la Caridad

Ya han visto ustedes lo afortunado que ha sido Manolo con tantas madrinas que el Señor puso en su camino, siendo mis padres y hermanos los primeros en prestarme esa ayuda invalorable. Pero es el momento de ofrecer mi recuerdo y saludo a Sor Engracia Herrera, mi prima, la única religiosa en la familia de mi madre, hija de mi primo hermano Domingo Herrera González. La conocí joven y piadosa, aspirante a Hermanita de los Ancianos Desamparados, cuando me venía de misionero al Perú. Nos prometimos mutuas oraciones. Cuando volví a los diez años en mis primeras vacaciones, me la encontré en la comunidad de Tenerife, viviendo con gozo y alegría su consagración al Señor. Pasó bastantes años en Valencia como maestra de novicias. Fue en esta época cuando intercambiamos algunas cartas. Nos hemos encontrado luego en dos ocasiones. En la actualidad reside en la comunidad de las Hermanitas de Córdoba.

La carta a los Hebreos, en los primeros versículos del capítulo quinto, nos recuerda que el sacerdote no es un ángel bajado de cielo: “todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres, y en favor de los hombres, para ofrecer oraciones y sacrificios por los pecados del pueblo y por sus propios pecados, ya que él también está sometido a sus propias flaquezas. Ninguno se apropia esta dignidad, sino que es llamado por Dios”. Una seria reflexión sobre este texto, nos debe llevar a ver en cada sacerdote la parte humana con sus debilidades, y la parte divina que lleva consigo el llamamiento de Dios a participar del sacerdocio eterno de Cristo. La parte humana nos presenta al sacerdote como un vaso quebradizo, la divina  como un verdadero milagro en la Iglesia de Dios.

    

     Jesucristo llamó a los doce apóstoles para que fueran las doce columnas de su iglesia. Judas representa la parte humana, los once restantes la divina. En esa misma proporción, me atrevo a asegurarlo, vemos a la iglesia en toda su historia. ¿Que los principales herejes salieron de las filas de los sacerdotes?  ¡Cierto! pero también lo es que los hombres más santos y extraordinarios por su saber, por millares, fueron sacerdotes. ¿Que ha habido sacerdotes, obispos y hasta algún papa, que no fueron un dechado de virtudes? ¡Cierto! pero también lo es que el mayor número de santos canonizados, lo mismo entre los confesores que entre los mártires, salieron de las filas de los sacerdotes. Basta hojear el santoral de la iglesia.        .

          Cada año, el jueves santo, día del sacerdocio, el santo Padre se dirige paternalmente al pueblo de Dios. A los sacerdotes les recuerda su sagrado compromiso y les exhorta a ser fieles a Dios y a su Iglesia. A los fieles, a ser comprensivos y a orar incesantemente por sus pastores. Igualmente a orar, cumpliendo el mandato de Jesús, para que el Padre envíe numerosos y santos sacerdotes a su Iglesia.

¡Gloria a Dios, Aleluya, Aleluya!

“Dar gracias al Señor porque es bueno,
Porque es eterna su misericordia.
El Señor es mi fuerza y mi energía.
Él es mi salvación”. (Salmo 1)

Oremos
“Por los sacerdotes para que, con la sobriedad
y la humildad de sus vidas, se comprometan
en una solidaridad activa hacia los más pobres”.
(Papa francisco)

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