El evangelio del día de hoy nos presenta el conocido pasaje de las Bienaventuranzas según la versión del evangelista Lucas.

Las Bienaventuranzas no son un código ético o moral, ni unas máximas de sabiduría sino la expresión de la Buena Noticia, el Evangelio, que Cristo vino a traer y que se puede resumir en esta frase: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”. Un Reino que se inaugura con la predicación de Cristo, que se consolida con la fe de los apóstoles reafirmada a partir de su resurrección y el surgimiento de las primeras comunidades cristianas y que culmina con la esperanza cristiana en la vida eterna. Las Bienaventuranzas son como un programa que el cristiano ha de aprender y vivir, como un resumen de todo el Evangelio, como una radiografía del mismo Jesús. No pretender ser una utopía imposible de cumplir sino un compromiso concreto y radical de vida para identificarse más plenamente con los valores y criterio que el Señor vino a anunciar. Si se tienen presente en la exigencia diaria garantizan un mayor grado de perfección y de santidad.

Las Bienaventuranzas, como indica la palabra, nos orientan hacia la realización personal y hacia la aspiración permanente del hombre: “¿Cómo ser feliz?”. El Señor nos marca algunos caminos que chocan con la mentalidad de nuestra vida. Hoy muchas personas aspiran al placer, la comodidad, el bienestar que produce el dinero. Sin embargo esas formas no llenan plenamente la vida; crean un vacío interior porque no satisfacen los objetivos que se pretenden conseguir.

El Señor nos invita a ser desprendidos y generosos en solidaridad con los pobres; a vivir en humildad, sencillez y limpieza de corazón; a luchar por la justicia, la reconciliación y la paz; a compartir la vida con los que sufren y a ofrecer consuelo y esperanza; al compromiso de la misericordia y de la solidaridad; a mantener valentía, firmeza, coraje ante la incomprensión, rechazo o persecución.

Si actuamos de esta manera, el Reino de Dios se hará presente entre nosotros como tarea, proyecto y construcción; como exigencia diaria por vivir la fraternidad como principio fundamental de encuentro entre los mismos hombres y hacia la trascendencia de Dios.

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