ORA, CONFÍA, QUE DIOS SIEMPRE ESCUCHA

XXIX Domingo del tiempo ordinario – Ciclo C

El mundo de hoy busca “seguridades” donde no las hay, busca “salvaciones” por donde no las hay, hasta “por delivery”. A veces por la desesperación, la angustia, el “desencanto” de la vida, porque ya no tenemos otra cosa qué hacer, aceptamos “jugar hasta con el diablo” para conseguir lo que queremos o necesitamos. Cuidado.

Las lecturas de hoy nos interpelan muy seriamente en cómo va mi vida de relación con Dios. ¿Realmente me estoy fiando de Dios o no? Cuando me acerco a Él, ¿lo hago de verdad y confiando que siempre me escucha o dudo? ¿Le doy a Dios el tiempo que se merece? ¿Cuántos de nosotros podemos “perder el tiempo” inútilmente en el uso excesivo de las redes sociales como si estas reemplazaran a Dios? La semana tiene 168 horas, ¿y cuánto de ese tiempo le dedico a Dios?

Todas las lecturas de hoy giran en torno a la oración.

Ante el ataque inminente de los Amalecitas, según el libro del Éxodo, Moisés prepara a los suyos para no dejarse vencer, este encargo se lo da a Josué, luego él se compromete a ayudarles en esa pelea: “Escoge unos cuantos hombres, vete a luchar y ataca a Amalec. Mañana yo estaré de pie encima del monte, con el bastón de Dios en la mano” (Ex.17,8-13). ¿Cómo nos preparamos para la oración? ¿Sé realmente que orar es hablar con Dios y dejar que Él me hable? ¿Crees que la oración me ayudará para vencer todo tipo de obstáculos incluso los más grandes?

Un detalle que llama la atención y que puede pasar desapercibido en esta lectura es el siguiente: “Mientras Moisés tenía las manos en alto, vencía Israel; pero cuando las bajaba vencía Amalec”. ¿Qué pasa si tus ojos físicos no ven los resultados que esperabas o deseabas? ¿Te desanima la oración que haces o te decepcionas de Dios mismo porque no te concede tu capricho? ¿No será que “cuando pedimos, pedimos mal” o sin fe y por eso no obtenemos nada? (cf. Stgo.4,3).

Aprendamos a permanecer firmes en la fe, desde la apertura a Dios mismo, sin desanimarnos, sin dudar. Pablo, hablando con su amigo Timoteo, le anima a eso. Esto es perfectamente aplicable a la oración, aunque la lectura gira en torno a cómo es la palabra de Dios, y esta inspirada: “Permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado…Toda escritura inspirada por Dios es útil” (2Tim.3,14-4,2). Nos animará a orar inspirados en la misma palabra de Dios. Es toda una tarea del creyente.

¿Cómo orar sin desanimarse y sin decepcionarse de la oración? La respuesta la tenemos en la misma lectura del evangelio de hoy (Lc.18,1-8). Jesús les pide a sus discípulos que no se desanimen en la oración, y por eso es que pone la parábola del juez injusto: “que ni temía a Dios, ni respetaba a los hombres”. La viuda de esta parábola insiste en algo que es oportunamente justo: “Hazme justicia frente a mi enemigo”. Ella le pide confiada en porque su ruego será escuchado. El fruto de ese pedido no duró mucho tiempo en darse a conocer: “Aunque ni temo a Dios, ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, para que no venga continuamente a molestarme”.

Dios siempre va a escuchar un ruego por más humilde que este sea, por más “insignificante” que aparezca ante el mundo. El problema de fondo es la falta de fe. Jesús nos regala una pedagogía de fe y de oración muy esperanzadora: “Todo lo que pidan en la oración, crean que ya lo han conseguido y lo obtendrán” (Mc.11,23-24). El problema para mucha gente de fe es el 2do paso: “crean que ya lo han conseguido”. Nuestra fe es de certeza, no de sentimientos, aunque estos puedan ser bueno y/o bonitos (cf.Hb.11,1). La motivación será: “sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb.11,6).

Pero nos tiene que escarapelar el cuerpo y el alma la forma cómo termina Jesús el evangelio de hoy: “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esa fe sobre la tierra?”. Vicente de Paúl es sabio y recorrido en la fe, y lleno del Espíritu Santo se atrevió a decir: “Pase lo que pase, confiemos en la Providencia, esperémoslo todo desde su liberalidad, dejémosle hacer y tengamos siempre ánimos. Dios escucha muy bien sin que le hablemos, ve todos los rincones de nuestro corazón y conoce hasta el más pequeño de nuestros sentimientos” (SVP. XI, 136).

Y no te olvides hermano: Ora, confía, que Dios siempre escucha, siempre. No lo dudes.

Con mi bendición.

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