Queridos amigos

¿Me salvaré yo?, es el interrogante que va implícito en la pregunta que aquel hombre del evangelio le hizo a Jesús (Lc 13,22-30). ¿Nos salvaremos nosotros?, es la tremenda pregunta, existencial y escatológica, que alguna vez nos habremos hecho y le habremos hecho al Señor. Porque si se salvan muchos, es posible que yo esté entre ellos, pero si se salvan pocos… Prudentemente Jesús no quiso responder la pregunta diciendo si son muchos o pocos. Hombre práctico y conocedor del corazón humano, prefirió decirnos qué es lo tenemos que hacer para salvarnos.

Jesús les pudo haber dicho que la voluntad de su Padre, su designio y decisión, es que todos se salven (Jn 6, 39-40). Que el Padre Dios lo había enviado a Él para la salvación del mundo (Jn 3,17) y que haciendo honor a su nombre de Jesús (= salvador (Mt 1,21) habría de dar su vida por nosotros para salvarnos (Rom 5, 8-11). Les pudo haber dicho también que la condición para salvarse es tener fe en Él (Jn 3, 18; 6, 40). Que la esperanza conlleva la salvación (Rom 8,24). Y que la caridad, el hacer obras de misericordia con los pobres y necesitados, lleva a la salvación (Mt 25, 46). Pero no, lo que Jesús les dijo es que nos esforcemos por entrar (al Reino de Dios) por la puerta estrecha (Lc 13,24)

Jesús nos habla de dos puertas y dos caminos, y comenta: ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación, y qué pocos son los que lo encuentran! (Mt 7, 13-14)  La salvación, siendo puro don de Dios, exige nuestra colaboración, que es lo que Jesús llama esforzarse por entrar por la puerta estrecha. Es decir, practicar la justicia, construir y vivir la paz, amar y ayudar al prójimo, etc. Haciendo todas esas cosas no sólo nos preparamos para la salvación sino que vamos  haciendo que nuestra historia sea Historia de Salvación. Hay que esforzarse como si todo dependiese de nosotros y hay que confiar en la gracia de Dios como si todo dependiese de Él, lo que es la pura verdad (Ef 2, 8-9). Al respecto, es famosa y acertada la frase de San Agustín: quien te hizo sin contar contigo, no puede salvarte sin ti.

Para el evangelista Juan, la puerta angosta por la que hay que entrar para salvarse es Jesús el Buen Pastor: “Yo soy la puerta, dice Jesús, el que entre por mí estará a salvo…” (Jn (10, 9). Ahora bien, entrar por Jesús es creer en Él, dejarse seducir por Él, hacerlo el centro de nuestras vidas, cumplir sus enseñanzas, arriesgarlo y dejarlo todo por Él, darlo a conocer… Es ser cristocéntrico, seguirle y hacer nuestra su causa… hasta dar la vida por los hermanos, como lo hizo Jesús (Jn 10,15; 17, 19).

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