Les daré mi carne en comida, dijo Jesús a la gente y a sus discípulos (Jn 6, 51.55). Pero ¿quiso Jesús decir en verdad lo que dijo o hay que entenderlo de otro modo? La respuesta nos la da el evangelio de hoy (Jn 6, 60-69) y es categóricamente afirmativa. Jesús quiso decir lo que dijo y lo sostuvo, a pesar de que a muchos de sus discípulos no les gustó y empezaron a irse… Es muy duro, es demasiado lo que pides, le dijeron mientras se iban, dejándolo casi solo. Pero Jesús no se retractó. No les dijo: no se vayan, no es lo que ustedes piensan. Porque sí era realmente lo que ellos pensaban: que el pan de vida eterna que les había prometido era su propia carne…

Era realmente lo que Jesús había dicho y lo que ellos le habían entendido: comer su carne . Pero no era en la forma en la que ellos se lo imaginaban… Para Pedro y los apóstoles, que pese a todo, le permanecieron fieles, debió ser una muy grata sorpresa cuando, en la Última Cena, Jesús tomó pan y después de bendecirlo se lo dio diciendo: tomen y coman: esto es mi cuerpo (Mc 14, 22). Pedro debió haberse sonreído mientras pensaba en su interior: entonces así era de fácil aquello (lo de comer su carne). Y nosotros que pensábamos que tendríamos que comerlo a mordiscos. Habrá recordado también las palabras que le dijo a Jesús: Señor, no sabemos cómo será eso de comer tu carne, pero estamos seguros de que la cosa resultará, pues siempre resultó bien cuanto te propusiste, aunque pareciera imposible (Jn 6, 68-69). Y comieron su carne, pero como si fuera un poco de pan.

Aún hoy hay muchos, empezando por los evangélicos, que no creen que el pequeño pan de la eucaristía sea el cuerpo de Cristo, el pan de vida que se nos da en comida. La cosa está tan clara, que uno se asombra de que no crean. Les invito a leer sin prejuicios lo que dicen los sinópticos (Mt 26,26; Mc 14,22; Lc 22,19), Juan (Jn 6,51) y Pablo (1 Cor 11, 24). Es Pablo quien nos dice que “el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente, peca contra el cuerpo y la sangre del Señor…; “come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo del Señor” (1 Cor 11, 27.29). ¿¡Qué más se puede decir para hacer creer que Jesús se nos da en la eucaristía!?

Es una verdadera pena no querer creer en la presencia real de Jesús en la eucaristía. Quienes no tienen esta fe no acogen la gracia del Padre Dios que los lleva a Jesús (Jn 6, 43-45) ni aceptan la acción del Espíritu que les lleva a creer en las cosas verdaderamente espirituales (Jn 6, 63), como es el misterio de la eucaristía. Es lo que quiere decir Jesús cuando afirma que sus palabras son espíritu y vida (Jn 6, 63). Son vida, porque quienes las acogen tienen la vida de Jesús; y son espíritu, porque es el Espíritu del Señor quien nos lleva a dar testimonio de Jesús (Jn 15, 26-27)

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