VIVIR BIEN NUESTRA FE

XX Domingo del tiempo ordinario – Ciclo C

En una ceremonia de confirmación, un Obispo, en plena homilía, se atrevió a lanzar dos preguntas a los adultos que se iban a confirmar: “¿cuántos de ustedes quieren ser discípulos de Jesús?”, a lo que todos levantaron la mano. La segunda pregunta era: “¿cuántos de ustedes desean recibir como premio, por ser discípulos de Jesús, la persecución y la muerte?”, y hubo un silencio de cementerio como respuesta.

¿Cómo va tu fe hermano? ¿De verdad se nota que la vives cada día? ¿O eres un cristiano “a tu manera” y no a la manera de Dios?

Los peligros de nuestra vida de fe, que deberíamos evitar, son: vivir la fe desligada de todo referente moral, lejos de los mandamientos y sacramentos, lejos de la Iglesia (“soy cristiano a mi manera”, solemos repetir para justificar el vivir al margen de Dios).

Cuando un discípulo, un creyente vive bien su fe, los que están a su alrededor y que no están en ese caminar, lo rechazan. Para ese tipo de personas, estorbas, no te soportan, te señalan. Ese fue el caso del profeta Jeremías: “Muera ese Jeremías, porque está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia” (Jer.38,4-6.8-10). El profeta, llamado y ungido por Dios, siempre “estorba” para muchos, ya que es Dios hablándonos e interpelándonos en nuestra forma cómo no vivimos bien nuestra vida de fe. Y por eso que se quiere silenciar su voz. ¿Acaso la voz de Dios se puede silenciar? Si yo cuestiono a un profeta, a un discípulo de Jesús, a un ungido, estoy cuestionando a Dios mismo. Me estoy enfrentando con Dios mismo, cuidado.

¿Qué nos propone el autor de la carta a los hebreos para vivir bien nuestra vida de fe? Escuchemos la respuesta: “dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos ata” (Hb.12,1-4). Para esto no debemos bajar la guardia en la vida de fe. No podemos darnos el lujo de hacer cosas que no nos hacen feliz, de hacer cosas contrarias a Dios. Deberíamos poner nuestros “ojos en Jesús, iniciador y consumador de nuestra fe”. El que intenta vivir bien su fe, soporta la cruz de la indiferencia, del rechazo, de la burla; ya que esto no le desanima, es más, como paradójico que parezca, esto le anima (cf.Rom.8,35-37) porque sabe en quién ha puesto su esperanza, ya que vence por Aquel que le ha amado.

El deseo de Jesús, en el evangelio es más que claro: “he venido a prender fuego sobre la tierra, y ojalá ya estuviera ardiendo” (Lc.12,49-53). El discípulo debe tener clara esta promesa de fe, de la mano con “el premio” por ser fieles a Dios: la persecución, la división, como advierte hoy Jesús en el evangelio. Si intentas vivir en la luz, en mundo en tinieblas, que no te extrañe que te rechacen incluso la persona que menos esperas que lo haría. No existe, para el discípulo, un cristianismo sin cruz, eso es un imposible. Aunque sea obvio decirlo, y no deberíamos olvidarlo: Jesús para resucitar tuvo que pasar por la cruz. El que tenga oídos que oiga.

Acaso porque uno o millón de personas fallen en su vida de fe o te desanimen, o no quieran hacer las cosas bien, ¿te vas a desanimar? ¿Vas a dejar de ser un buen discípulo de Jesús? Y si es así, ¿en quién pusiste tu esperanza? ¿En Dios? Pues no se nota.

Que Dios nos conceda la gracia de vivir bien nuestra fe, y de animar a otros para que acepten ese reto.

Con mi bendición.

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