Queridos amigos

Dársenos en persona en la eucaristía y enviarnos desde el Padre al Espíritu Santo (Jn 6,51; 14,16), son los dos mayores regalos que Jesús nos hizo. Es lo que nos dice el evangelista Juan, quien, en el evangelio de hoy (Jn 14, 15-21) nos da la primicia de que, gracias a Jesús, el Padre va a enviarnos el Espíritu Santo para que esté siempre con nosotros. Hasta la última Cena el Espíritu Santo aparece esporádicamente en los evangelios, si bien en forma contundente (por ejem.: Mt 1,18; 3,11; Lc 3,22; 4,1). Es después, en su despedida de los apóstoles, cuando sobre todo por medio del evangelista Juan, nos habla del Espíritu Santo (cc. 14, 15, 16) y quiere que lo refiramos todo a Él.

Desde Jesús como fuente y modelo, el Espíritu Santo tiene como tarea transformarnos en Él, para ser cristianos de verdad. Hacer realidad, por ejemplo, estos dichos valiosos de Jesús: los que me aman guardan mis mandamientos (Jn 14, 15); a quien me ama, mi Padre y yo lo amaremos…y haremos morada en él (Jn 14,23); Yo estoy con mi Padre o, como se dice en Juan 10,30: el Padre y yo somos una misma cosa. Ustedes están en mí como yo estoy en mi Padre, es decir, la unión en el amor que el Padre y el Hijo se tienen, es la que Jesús quiere tener con nosotros. Todo lo susodicho tiene en sí mismo un gran valor, pero Jesús quiere que lo veamos como resultado de la acción del Espíritu Santo.

Es gracias al Espíritu Santo que podemos amar a Jesús y guardar sus mandamientos; y tener de nuevo a Jesús entre nosotros, pues fue el Espíritu quien lo resucitó (Rom 8,11); y ser amados por Jesús y por el Padre, con un amor que nos hace estar misteriosamente unidos a ellos… Digamos que el Padre y Jesús nos dieron el Espíritu Santo para que, con su ayuda, lleguemos a conocerlos de verdad, amarlos de corazón y ponernos por entero a su disposición, continuando su obra en este mundo. Es a lo que Él se comprometió por amor al Padre y al Hijo.

Es justamente lo que hace la tercera Divina Persona, que discretamente viene en nuestra ayuda con sus inspiraciones, sus dones y sus carismas. Jesús lo llamó también Espíritu de la verdad, porque, como intérprete del Padre y de Jesucristo, nos habría de enseñar todas las cosas y hacernos recordar cuanto Jesús nos enseñó (Jn 14, 26). Frente al mundo de la triple concupiscencia (1 Jn 2, 15ss), el Espíritu Santo y nosotros con Él, asumimos la tarea maravillosa de dar testimonio de Cristo, haciendo ver al mundo su pecado, su injusticia y su necesidad de conversión (Jn 16, 8-11).

 

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