El desarrollo temático del evangelio del día de hoy guarda relación con el domingo anterior. Jesús presiente que llega su hora y, a modo de testamento, como si fueran sus palabras más urgentes y definitivas, quiere inculcar a sus discípulos la fe ante el desaliento de la vida, la esperanza que anime el testimonio ante su ausencia inminente y la caridad como ejemplo de vida entregada por amor.

¿Por qué la liturgia de la palabra nos propone en tiempo de Pascua, tiempo de resurrección y de vida, una conversación de los discípulos con el Señor poco antes de morir? La respuesta la encontramos en el mismo texto evangélico. El Señor los quiere preparar con anticipación para que aprendan a vivir sin su presencia física pero descubriendo la fuerza del Espíritu impulsada por el amor que garantiza su permanencia en medio de ellos. Cuando la persecución arrecie y los discípulos presientan la tentación del miedo y de la duda, el Espíritu fortalecerá su mente y su corazón para confirmar su fe en Jesús. Los discípulos se sienten tristes por la partida de Jesús pero el Señor les consuela, “les conviene que se vaya” porque cuando les envíe su Espíritu podrán reconocer, hasta el fin del mundo, la presencia viva de Cristo en medio de la Iglesia.

Como sucedió con los discípulos tampoco a nosotros nos deja abandonados el Señor. Nos ofrece la presencia de su Espíritu para que su fuerza nos ayude a llevar a buen término nuestra misión y nos exhorta a vivir desde nuestra propia señal de identidad: el amor. Amar, desde la perspectiva cristiana es vivir orientado hacia los demás, no es un mero sentimiento. La condición esencial para guardar los mandamientos es el amor. Los “mandamientos de Jesús” por contraposición a “los mandamientos antiguos” se reducen a uno solo: el amor, la vida entregada. Por eso, impulsado por el Espíritu de Dios puede vivir en medio de nosotros a pesar de la muerte, por el propio amor que nos tiene.

El amor de cada uno debe ser el mismo que el de Jesús: la vida puesta al servicio de los demás en medio de la realidad en la que vivimos. Entregarse hasta ser capaz de olvidarse de sí mismo en beneficio de los demás. Revisemos nuestras actitudes de vida, confrontemos nuestra relación con el Señor desde la óptica del amor trascendido a Dios por la oración y los sacramentos y extendido a los hombres por la práctica de la caridad.

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