Cada año iniciamos el tiempo litúrgico con el Adviento, “hacia la venida”. La Iglesia nos propone todos los años cuatro semanas de preparación inmediata para celebrar con gozo y esperanza el día de la Navidad, la encarnación del Niño Dios en nuestra propia historia.

La Palabra de Dios nos exhorta a tener presente una serie de actitudes fundamentales en nuestra respuesta a Jesucristo desde la fe en cualquier momento del año, pero con mayor intensidad en el transcurso de este tiempo litúrgico. El Adviento nos urge a la conversión, al cambio de mentalidad y de corazón, a la transformación, desde las raíces, de una vida tantas veces marcada por la rutina y el cansancio. A la vigilancia, el evangelio de San Mateo del día de hoy es buen ejemplo de ello. El Señor es sorprendente, viene como un ladrón, cuando menos lo piensas. La sorpresa evangélica indica maduración interior, predisposición espiritual y acogida con alegría al Señor que va a venir. A la esperanza activa, vivir el presente con optimismo, y así dar un sentido relativo y “manejable” a las propias tensiones de la vida. A la oración como caudal imprescindible de encuentro con el Señor desde el silencio interior, el impulso del Espíritu para vivir con intensidad estos días de preparación a la celebración de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo, desde la acogida de la Palabra, la súplica, la alabanza y la acción de gracias. A la vivencia de la caridad como expresión activa de nuestra solidaridad y sensibilidad hacia los más necesitados.

Diversos personajes en la celebración litúrgica de este tiempo nos dan testimonio y ejemplo de los que significa “la tensa espera” de la llegada del nacimiento del Hijo de Dios. El profeta Isaías nos anticipa la venida del Señor varios siglos antes y nos lo describe como “el Siervo de Yavéh” que desde la humildad del pesebre nos va a redimir y salvar. San Juan Bautista prepara los caminos, la llegada del Señor es inminente y se requiere un esfuerzo de conversión, de trasformación interior y de cambio de mentalidad para aceptar con gozo la presencia del Señor. La Virgen María nos insta a acoger, desde la fe y la esperanza, el regalo más maravilloso: su propio Hijo como ofrenda al mundo para nuestra salvación.

Ojalá toda nuestra vida, pero especialmente en estos días de “tensa espera” sintamos necesidad de Dios que viene a nosotros para iluminarnos con su presencia y llenarnos de optimismo y amor para seguir instaurando su Reino de amor a todos los hombres desde el horizonte, ya cercano, del nacimiento del Hijo de Dios.

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