Supongo que todos en algún momento de nuestras vidas hemos disfrutado de la sensación de tener la barriga llena y el corazón contento. Comúnmente, cuando degustamos algún platillo que sacia nuestra hambre y nuestro gusto, al final suele invadirnos una sensación de felicidad, de disfrute, de plenitud; todas ellas, sensaciones típicas de los deseos cumplidos. Si esto sucede con alimentos materiales, que a lo mucho llenan de nutrientes nuestro cuerpo, imaginemos cuánto gozo y cuánto provecho nos ocasiona otro tipo de alimento que sacia otro tipo de hambre, un alimento espiritual que nutre nuestra parte espiritual: el pan del cielo, el Cuerpo de Cristo. Hoy que celebramos la solemnidad del Corpus Cristi, reflexionemos sobre lo provechoso que es para nosotros alimentarnos de tan exquisito manjar.

San Pablo, en la segunda lectura de este domingo, nos cuenta cómo se originó este tesoro que llamamos el Cuerpo de Cristo. Según el apóstol, “la misma noche que el Señor Jesús fue traicionado, tomó en sus manos pan y, después de dar gracias a Dios, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que muere en favor de ustedes”.” (1 Cor 11,23-24). Fue, entonces, el mismo Jesús quien dijo que el pan consagrado era su Cuerpo. El pan y el vino consagrados, gracias a una gran acción del Padre por medio del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Estamos hablando de alimentos especiales que quizá no tengan casi nada de contenido nutricional para nuestro cuerpo, pero que pueden elevar nuestro espíritu hasta el mismo cielo, que nos pueden llevar casi a la altura de Dios porque nos dan al mismo Dios, porque son el mismísimo Cuerpo y Sangre del mismísimo Jesús que es Dios. ¿Se imaginan qué le pasa al ser humano cuando recibe este alimento? La lectura del evangelio de este domingo nos puede responder.

San Lucas nos cuenta su versión del milagro de la multiplicación de los panes. Según el relato, la gente que estaba reunida en torno a Jesús estaba con hambre y cansada. Quizá habían caminado mucho para ver y escuchar a Jesús, o quizá el hambre y el cansancio que experimentaban era el resultado de una vida sin sentido, de una vida que les pesaba por las dificultades y las penas. Quizá acudieron a Jesús con la intención de saciar su hambre y su cansancio no con lo que Jesús les pudiera dar, sino con lo que él significaba: un respiro, una oportunidad, una salvación. Al final del milagro, San Lucas dice que “la gente comió hasta saciarse” (Lc 9,17). Lo que sea que fueron a buscar en Jesús, lo encontraron. ¿Qué fue lo que Jesús les dio? ¿Solo pan? En el mismo relato, San Lucas cuenta que “Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y se los dio a sus discípulos para que los repartieran entre la gente” (Lc 9,16). “Tomó los panes y los bendijo”; es el mismo gesto con el que Jesús, según el relato de san Pablo que hemos citado más arriba, convirtió el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. El Cuerpo de Cristo está en el trasfondo de este relato. Esto fue lo que calmó el hambre y el cansancio de la gente. Recibieron un alimento especial, se llenaron la barriga, pero el corazón y el espíritu fue el que resultó contento. Y si fue así, entonces sí estaban buscando en Jesús el remedio para sus vidas. No tenían solo hambre de pan, tenían necesidad de plenitud y felicidad.

Esto es lo que le pasa al hombre cuando entra en contacto con el Cuerpo de Cristo: su vida se transforma. Las personas que se alimentan de la Eucaristía nunca sentirán ese cansancio propio de una vida en la que no se vive sino solo se sobrevive por tantos dolores y penas, y tampoco el hambre que se siente en aquellas situaciones en las que nada de lo que se tiene puede dar felicidad. Y todo esto por la sencilla y gran razón de que al recibir el Cuerpo de Cristo, Dios mismo empieza a vivir dentro de cada uno. Nunca dejemos pasar la oportunidad de alimentarnos con el Cuerpo de Cristo porque, aunque no terminemos con la barriga llena, el corazón estará contento, la vida tendrá sentido y la felicidad estará al alcance de la mano.

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