POR TUS FRUTOS TE CONOCEN, PARA DAR GLORIA A DIOS

Una empresa grande, de buen renombre o prestigio, había comprado unos equipos de cómputo de última tecnología. Esta empresa había avisado a los periodistas de ese lugar para que “cubran esa información” (como ellos decían). Es que todo era novedoso, era la primera vez que esa empresa, en esa ciudad hacía eso. Vinieron los encargados, muy profesionales, para instalar esos equipos. El encargado de la limpieza les hizo pasar con amabilidad. Éste sólo se dedicaba a mirar, escuchar y callar. Pasaron varias horas y no podían hacer ese trabajo de instalar. Mucho ruido, mucha expectativa, y el tiempo seguía transcurriendo, y sin resultado alguno. Decidieron hablar abiertamente: “Señoras y señores, tenemos que advertirles, que no podemos instalar esos equipos de última tecnología, no sabemos qué ha pasado, les pedimos que nos disculpen, volveremos mañana para ver cómo lo solucionamos”. Todos se retiraron insatisfechos, criticando a la empresa, echando la culpa a los proveedores, pero el encargado de la limpieza sólo miraba, escuchaba y callaba. Al día siguiente sucedió lo mismo: el encargado de la limpieza les recibió amablemente a todos los profesionales en ese equipo de cómputo. Ese empleado, a quien llamaremos Michael, sólo atinó a preguntar: “¿Puedo ayudar? ¿Me permiten hacerlo?”. La reacción era de incredulidad: “Pero tú eres un simple empleado que no sabe de estas cosas”. Él sólo volvió a preguntar: “¿Puedo ayudar? ¿Me permiten hacerlo?”. Ante tanta insistencia y viendo que no tenían otra salida, accedieron a esa iniciativa de “Michael el barrendero” como le solían decir. A los pocos minutos y para sorpresa de los pocos que había ahí, “Don Michael, el barrendero”, pudo solucionar ese problema técnico.

¿Cuántos de nosotros medimos a las personas por las apariencias? ¿Acaso nos creemos autosuficientes y no nos damos cuenta que con esa actitud rompemos con las relaciones fraternas en casa y fuera de ella? ¿No será que, con esa actitud, incluso de prejuicio a la persona, la podemos hundir sin medir las consecuencias? Valoremos lo que somos y lo que tenemos ya que “el horno prueba la vasija del alfarero” y “el fruto muestra el cultivo del árbol” (Eclo.27,4-7). Si quiero de verdad ser una buena arcilla, me tengo que dejar moldear por Dios mismo. Es todo un reto de amor y de fe permanentes. Sabio es el salmista que dice con sinceridad que: “el justo crecerá como una palmera” (Salmo 91).

Una persona se le conoce, no por sus apariencias, sino por lo que hay dentro de su corazón, dentro de su vida misma, como Michael, el personaje de la historia (cf.1Sam.16,7). Esto se ve reflejado en su testimonio, en sus acciones, en sus obras (Stgo.2,14-18). Un detalle que no podemos olvidar es que pueda haber personas que, con su actitud, puedan “opacar” la iniciativa buena que tengan algunas personas. Eso es triste saberlo y doblemente triste comprobarlo. El soberbio, el orgulloso, el autosuficiente sólo piensa de manera egoísta en él mismo; es más, le gusta que le alaben todo el tiempo, y goza de eso, su vida está vacía. ¿No será que tú, yo o todos hemos caído o estamos cayendo en eso? Todo esos son signos de muerte, de pecado (Rom.6,23: “la paga del pecado es la muerte”). Pero San Pablo hoy nos anima, desde la Resurrección del Señor, para que tomemos conciencia de que “la muerte ha sido absorbida en la victoria” (1Cor.15,54-58). Estamos llamados a dar gracias a Dios por su victoria en Cristo Jesús, y por eso debemos mantenernos firmes en el Señor, ya que “la fatiga por el Señor no quedará sin recompensa”. El que vive su vida conforme a la voluntad de Dios, le agrada, no importando el rechazo de parte de aquellos que no quieren vivir según las exigencias del Maestro.

Entendemos por qué Jesús en el evangelio pregunta a los discípulos: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?” (Lc.6,39-45). Jesús es más que claro con sus discípulos que quieren que sean siempre auténticos y firmes en su fe y en su actuar: “¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”. La propuesta de Jesús para aquellos que quieren ser auténticos discípulos suyos es: “Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la astilla del ojo de tu hermano”.

Creo que todos podríamos preguntarnos para reflexionar seriamente: ¿Podemos exigir a otros lo que no podemos vivir? ¿Tenemos derecho a eso? Cada árbol, cada discípulo, cada creyente se conoce por sus frutos. Y eso es prueba de que tomaste en serio el reto de agradar a Dios cada día de palabra y de obra. Recordemos que si estamos con Dios se nota, pero también lo contrario; si no estamos con Dios también se nota. Si nos dejamos llevar por el Espíritu de Dios, se nota; si nos dejamos llevar por el espíritu del mundo también se nota. El que tenga oídos que oiga. Por tus frutos te conocen, para dar gloria a Dios. Podemos repetir con el salmista: “Tus acciones Señor, son mi alegría y mi júbilo la obra de tus manos” (Salmo 92,5).

Con mi bendición.

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