Queridos amigos

Continuando con las enseñanzas del Sermón de la Montaña, el evangelio de hoy (Lc 6, 39-45) nos ofrece dos parábolas, medio raras en su forma, que tienen que ver con la corrección fraterna, una obra de caridad tan valiosa como delicada. Se la practicó mucho entre los primeros cristianos y se la siguió practicando después. En nuestros días se la necesita más que nunca, justamente porque hay renuencia a darla y recibirla. Para que la corrección fraterna sea provechosa debe cumplir una serie de requisitos referidos al tiempo, el lugar, el fondo, el modo, la forma, etc. Pero entre todos ellos y por encima de ellos, deben primar los que Jesús nos pidió en las siguientes dos parábolas.

Primera parábola: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego?” Sería una locura, sobre todo en los caminos terrosos y llenos de hoyos de los pueblos de Israel. “¿Puede un alumno juzgar el saber de su maestro?” Sería una presunción, mientras no haya aprendido un plus de lo que él sabe. ¿Puede alguien, que no ve la viga que tiene en su ojo, decirle al hermano tienes una pelusa en el ojo, déjame que te la saque? Sería una hipocresía. La enseñanza de la parábola es que no se puede guiar, juzgar o corregir a otro si se está obcecado por el mal o se es orgulloso e hipócrita. Esto no quiere decir que sólo puede juzgar y corregir el que es perfecto. Puede hacerlo quien no está obcecado por el mal, contra el cual lucha o no lo permite en su persona. Sólo entonces la corrección fraterna será caridad fraterna.

Segunda parábola: está estrechamente relacionada con la anterior, y nos dice lo que necesariamente ha de tener quien se siente obligado o llamado a corregir a alguien: un familiar, un amigo, un compañero, un cohermano, etc. No solo debe estar despegado del mal sino que, positivamente, debe ser como el árbol bueno, del que habla Jesús (Lc 6, 43-44), que es y se le ve sano, y da siempre buenos frutos. Tener conciencia limpia y rectitud de intención -buscar de verdad y con gratuidad el bien del prójimo- son condición indispensable para dar un juicio o hacer una corrección a una persona.

El hombre-árbol se convierte ahora en hombre-corazón (Lc 6,45). Partiendo del dicho “la boca  habla de lo que el corazón tiene, Jesús pide otro requisito a quienes tengan que hacer una corrección, por obligación o por profesión. Deben tener un buen corazón y ser congruentes, es decir, que lo que digan sea lo que piensan y lo que hacen; y viceversa. Solo entonces la corrección será fraterna de verdad y provechosa, haciendo que el corregido se reecuentre consigo mismo y con la comunidad. Y retome el camino del Señor salvando su alma.

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