DIOS LLORA, DE GOZO, PORQUE VUELVES

Una historia de amor y de perdón. Faltando pocos días para que llegue la navidad, dos hermanos de sangre empezaron a pelearse. El motivo de la pelea: uno recibió, por adelantado un regalo de navidad y el otro no. La mamá llega de hacer las compras del mercado y se encuentra con ese panorama. Deja las bolsas del mercado a un lado y levantando a sus hijos del suelo, los tomó a cada uno de las orejas y los lleva al lado del pesebre navideño. Y les dice: “pídanse perdón delante del niño Jesús, miren cómo abre sus brazos y sonríe. Ustedes no le pueden fallar de esa manera, ya que Él les ama de verdad y es su mejor amigo. El encuentro terminó con un abrazo de amor y de perdón. Y ahora esos hermanos, actualmente, son buenos amigos.

Tú, yo y todos somos testigos de que muy fácilmente se rompen las relaciones fraternas, ya sea en casa o fuera de ella. “Justificaciones” las puede haber muchas para la gente que no desea amar y ser amado, perdonar y ser perdonador, acoger y ser acogido. Cuando no hay amor, todo se pierde.

El hijo menor, de aquella parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso, de hoy domingo (Lc.15,1-3.11-32), nos sitúa en la realidad de la falta de amor que mucha gente pueda estar viviendo. Se fue o “partió a un país lejano” como dice el texto hoy. ¿No será esta la realidad de mucha gente que lo único que quiere hacer con su vida, es lo que se le ocurra sin un referente de Dios o un sin referente moral? El fruto de ese “país lejano” para muchos es: odio, cólera, confusión, miedo, desgano, apatía, vida frívola, frialdad religiosa, muerte, etc.

Pero todo tiene un límite. No se puede vivir todo el tiempo de espaldas al amor, de espaldas a la gracia, de espaldas a la fe, de espaldas a la esperanza. Tampoco se puede vivir todo el tiempo cerrándose a los gestos de amor, de acogida y de ayuda permanente. ¿Tienes todavía heridas que no han sido sanadas? ¿Tienes el corazón endurecido por la falta de amor y de perdón? ¿Piensas que Dios te ha abandonado? Escucha a Dios que le habló a Josué: “Hoy les he quitado de encima el oprobio que sufrieron en Egipto” (Jos.5,9ª.10-12). Los israelitas nunca se sintieron solos, Dios proveyó a ellos lo que necesitaban. También te tiene el Señor otro mensaje: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias” (Salmo 33).

El hijo menor recapacitó: “Ahora mismo me pondré en camino e iré a la casa de mi padre”. Esa actitud no es sólo de valientes, sino de humildes y sencillos que quieren dejar lo que está atrás para ser “criaturas nuevas en Cristo” (2Cor.5,17). El hijo menor encontró a un padre que “profundamente conmovido salió a su encuentro y lo llenó de besos y abrazos”. Ese es el Dios en quien creemos y deberíamos creer más.

Cuánto ayudará un abrazo fraterno y una palabra de aliento, y no un dedo acusador para luego sonreír como si nada hubiera pasado. Cuanto ayudará decir: “lo siento, me equivoqué” o “perdóname por tal o cual cosa que dije o hice o dejé de hacer”. A veces pueda haber gente cruel que lo único que desea es hundir y no rescatar a la persona, o hacer “leña del árbol caído”. ¿No será esta la actitud que se ve reflejada en el hijo mayor de la parábola? “Mira en tantos años que te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo…haces matar para él, el ternero más gordo”.

Pero Dios tiene sus formas de hablarle a sus hijos para que se conviertan y crean. Nuestra lógica humana no entra en la lógica de Dios. El padre de la parábola de hoy le habla, con y desde el amor a su hijo mayor: “Hijo tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”. Este es el Dios en el que tú, yo y todos deberíamos creer más. Mientras el mundo odia, Dios ama y perdona más, sin dejar de pedirnos conversión; mientras el mundo se divide por las enemistades y las discordias, Dios que nos pide que nos reconciliemos. Pablo es claro: “En nombre de Cristo les pido que se reconcilien con Dios” (2Cor.5,17-21).

Hoy también Dios te espera con los brazos abiertos, porque grande es su amor. El mundo sería “mejor” si amáramos más. Dios llora de alegría porque vuelves a sus brazos.

Con mi bendición.

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