El evangelio del día de hoy nos presenta el diálogo que Jesús sostiene con la samaritana. Es un ejemplo de la importancia que tienen las relaciones interpersonales y de la transformación que pueden suscitar en las personas cuando se basan en la confianza, capacidad de escucha, apertura y sinceridad.

La mujer samaritana cambia el rumbo de su vida al encontrarse con Jesús. Descubre en Jesús la profundidad de su corazón y empieza a vislumbrar lo nuevo, la novedad de la donación desinteresada y pregunta para ver. Ese es el camino de los hombres sinceros, de los limpios de corazón que buscan apasionadamente la verdad. Y cuando la “Verdad” se presenta sin adornos, “Soy yo el que habla contigo” se siente liberada, alegre, entusiasmada. Cuando buscamos otras fuentes de felicidad es porque no nos hemos encontrado con el Señor, porque no valoramos suficientemente su presencia e influencia que puede tener en nuestras vidas.

Jesús ofrece a la samaritana un agua de valor eterno y ella, no solamente la acepta, sino que se hace apóstol de Cristo compartiendo con sus vecinos la paz y la luz que ella encontró con Jesús. Si nuestro corazón se halla inquieto o está intranquilo acerquémonos a Jesús: nos dará su paz y la gracia que salta hasta la vida eterna. Solamente el que tiene sed se alegra de haber hallado la fuente. El que no está sediento pasa de largo sin hacer caso del manantial.

La mujer samaritana se detiene ante “la fuente de la vida” y el agua que busca se convierte en signo de la presencia gozosa y fecundante de Dios. Y encontrar a Dios es dar con el manantial de agua viva que hace reverdecer el desierto de la vida humana.

Todos necesitamos saciar nuestra sed. Nos sentimos fatigados por nuestras preocupaciones diarias, la rutina, el vacío interior, la materialidad de la vida, el consumo… No toda agua nos libera, nos hidrata y tonifica. Tendamos hacia la fuente de agua que sea “un surtidor que salte hasta la vida eterna” (Jn. 4, 14) y dejemos el cántaro de las situaciones pasajeras, accidentales, sin importancia. El Señor nos acompaña, calma nuestra sed y fortalece y rejuvenece nuestra vida con el agua limpia de su Espíritu que nos lo entrega por amor.

El tiempo de Cuaresma nos invita a valorar en nuestro caminar el diálogo compartido, la escucha atenta de la Palabra de Dios que surge de su presencia y de sus múltiples intermediarios para saciar la sed que proviene de las diversas experiencias que atravesamos en la vida.

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