Queridos amigos

El evangelio de hoy (Jn 4, 5-42) nos revela algunos de los puntos más novedosos e importantes del mensaje de Jesús. Por ejemplo, el don del Espíritu Santo  -manantial de agua viva en cada uno- , del que hablará más tarde (Jn 14,16-17. 26; 15, 26; 16,7-13); el culto en espíritu y en verdad, por encima de ritos y templos, aunque no los excluya; la voluntad de Dios como razón de ser (alimento) de cuanto uno tiene que hacer y hace; el éxito final de la misión (Jn 4, 35-38), más allá de las apariencias. Lo admirable es que todo esto y aún más, lo sabemos por una conversación de Jesús con una mujer samaritana, que además de ser antijudía y “pagana”, es conviviente, después de haber estado casada cinco veces.

La conversación se tuvo en un mediodía tórrido junto al famoso pozo de Jacob, a las afueras de Sicar, a medio camino entre Jerusalem y Caná de Galilea, a donde Jesús se dirigía con sus apóstoles. Estaba cansado y sediento y allí se quedó, sentado junto al pozo, mientras los apóstoles iban al pueblo a comprar comida. Fue entonces cuando la samaritana llegó al pozo con su cántaro para sacar agua. Toda esta detallada descripción nos la hace Juan, el evangelista teólogo, quien, sin proponérselo, nos hace ver el claro aprecio que Jesús tiene por la persona de la mujer, más allá de todas sus otras circunstancias: que sea pobre, iletrada, conviviente, samaritana…

En la samaritana, Jesús está viendo a todas las mujeres del mundo, en especial las que carecen de figuración social, viven inmersas en el trabajo y dependen enteramente del hombre. Pero las que aun así, siguen firmes batallando por sus hijos, tienen su fe en Dios al que le rezan, esperan que las cosas habrán de cambiar a mejor, y mueven y llevan a todos al encuentro con Jesús. Jesús le hace ver que hay otra agua mejor que la del pozo de Jacob: agua viva, la llama Él, que quien la bebe nunca más ha de tener sed y de la que cada uno de nosotros, gracias al Espíritu Santo, tiene su propio pozo.

Al respecto quiero citar un breve comentario del Papa a este evangelio. La petición de Jesús a la samaritana: “Dame de beber” (Jn 4, 7), expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del “agua que brota para la vida eterna” (v. 14). Es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos “adoradores verdaderos” capaces de orar al Padre en “espíritu y verdad” (v. 23). ¡Solo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Solo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, “hasta que descanse en Dios”, según las palabras célebres de San Agustín.

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