¿CÓMO TOCAR EL CORAZÓN DE DIOS?

Normalmente un bebé o un niño, cuando llora, o hace “su pataleta” o “su rabieta”, la mamá corre para ver qué pasó. Escucha su ruego, y le “hace caso”. El niño consiguió su objetivo: ser escuchado.

¿Sabemos cuál es el propósito de Dios? Que todos los hombres se salven. Él nos da todo: la vida, el amor, la esperanza, la salud, la alegría y las ganas de vivir y de anunciar su amor. Pero si Dios nos da todo, ¿cómo es que muchas veces le pagamos tan mal? Si hay desgracias, le echamos la culpa a Dios; si hay enfermedad, lo mismo; si hay crisis económica, la culpa la tiene Dios; si alguien falla, también le echamos la culpa a Dios; si te sacaron del trabajo, la culpa la tiene Dios; si alguien te falló en la Iglesia la culpa la tiene Dios; etc.

A veces se pudiera pensar que Dios no nos escucha, que él no tiene interés por lo que hacemos y decimos, por lo que sentimos, por cómo vivimos cada día, por la enfermedad que nos pueda pasar o la dificultad que nos cuesta superar. En este sentido el autor del libro del Eclesiástico nos dice que Dios: “no desoye los gritos del huérfano, ni las quejas insistentes de la viuda…SU GRITO LLEGA HASTA EL CIELO” (Eclo.35,12-14.16-18). ¿Sabes que a Dios sí la preocupa que te estén tratando mal? ¿Sabes que a Dios sí le preocupa que no te estén entiendo y aceptando en tu entorno familiar, parroquial, de estudio, laboral, o vecinal? ¿Sabes que a Dios sí le preocupa que haya muchos gritos que no son escuchados? Hoy delante de Dios, ¿cuál es tu grito? ¿Te animas a presentarle hoy tu grito a Dios confiado que siempre te va a escuchar? Israel puede dar fe que Dios siempre escuchó a su pueblo: “He visto la aflicción de mi pueblo, he escuchado su clamor” (Ex.3,7).

La soberbia, el orgullo, el afán de figuración son obstáculos que nos impiden estar cerca a Dios. A veces el orgulloso no quiere ver más que “su propio beneficio”. La escena del evangelio es realmente impactante. El cuadro ya lo sabemos: el fariseo y el publicano (Lc.18,9-14). Dos actitudes distintas y una sola intención (hablar con Dios y tratar de tocar su corazón).

Miremos la actitud y la oración del Fariseo: “erguido oraba así en su interior: Oh Dios, te doy gracias, porque no soy como los demás…ni como ese publicano”. Soberbia, orgullo, el señalar a los demás, testarudez, buscar el aplauso, sobresalir para que los demás le admiren y le aplauden, se “disfraza de humilde” para ser escuchado, son algunas de las actitudes de este fariseo. ¿Nos podemos asemejar a esta vida farisaica? El fariseo buscaba justificarse cumpliendo con la ley, pero sin importarle nada ni nadie. Intentaba “tocar” el corazón de Dios, pero no pudo, su soberbia le apartó del amor, del perdón, de la fraternidad, de la luz, etc. Cuando buscas a Dios, ¿lo haces para que los demás te adulen, te feliciten, o para agradar a Dios?

Miremos la actitud y la oración del Publicano: “se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sólo se golpeaba el pecho diciendo. Oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador”. Sólo reconoció que pecó, que lo único que quiere, más que una mirada suya, que le abrace con amor misericordioso. Sólo pidió que Dios se apiade de él. Entonces sí pudo tocar su corazón porque no se guardó nada para sí. ¿Nos podemos asemejar a esta vida del publicano? ¿Podemos de verdad tocar el corazón de Dios? El grito del publicano “dejó sordo a Dios”, ya que fue de un corazón simple y verdadero. Animémonos a tocar el corazón de Dios con nuestro grito (oración) esperanzador.

Habría que recordar al salmista hoy. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha” (Salmo 33).

Con mi bendición.

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