PERSEVERANTES EN LA ORACIÓN

Muchas de las narraciones del Génesis son relatos paradigmáticos más que narraciones cronísticas, por lo que no nos debería preocupar el carácter de historicidad científica de estos relatos sino su valoración teológica para la posteridad. Y es que, pasajes como el que escucharemos en la primera lectura nos puede llevar a una confusión tal, que terminamos acomodando el texto para que pareciera una descripción real de los hechos, más que obtener una reflexión teológica que nos ayude a confrontar nuestra fe en Dios. El destino de la destrucción de unas grandes ciudades antiguas, adjetivadas como ciudades de desorden y de atentar contra la ley de hospitalidad, se convierte en la trama de este pasaje. Por otro lado, está la tienda de Abraham, y este, un hombre semi-nómada, alejado de estas ciudades, hospitalario, a quien Dios revela su decisión de destruirlas y en medio de su revelación, surge la súplica de Abraham por los justos que hubiera en aquella ciudad – sabiendo que allí estaba su sobrino Lot y su familia – probando, si se quiere, la coherencia de la justicia divina: “Lejos de ti hacer tal cosa”. De una forma atrevida pero interesante, se presenta la reflexión acerca de la justicia divina que va más allá de un poder arbitrario y déspota y que pasa ser manifestada por la insistencia del atrevido Abraham. Aunque la lógica no podría encajar en la propuesta de esta narración, se impone más bien la reflexión teológica de la voluntad divina en contrapeso de la justicia de los hombres, dejando de lado la idea corporativa del pecado y su retribución traducida en castigo. Siguiendo con la reflexión del autor de la carta a los colosenses, se argumenta la importancia del bautismo como rito de iniciación, especialmente para aquellos que ya son mayoría en la comunidad: los paganos. Así, por la cruz de Cristo han podido alcanzar el perdón de los pecados, por pura gracia. El evangelio que escucharemos evoca la enseñanza de Jesús de la oración del Padrenuestro a sus discípulos que quieren aprender a orar de un modo particular. Sin duda, la parábola que acompaña esta enseñanza insiste mucho en la perseverancia de la búsqueda de dialogar con Dios. Obviamente, como seres humanos necesitados de Dios, nuestra tarea es pedir, pero no cualquier cosa, sino discernir convenientemente qué es lo que realmente necesitamos. Un padre dentro de lo normal no va poner la vida de su hijo en riesgo aun este obrando mal en otros aspectos de su vida. La comparación con Dios sobrepasa toda expectativa. Por eso, para el autor es mejor pedir la gracia del Espíritu Santo que es quien verdaderamente nos ayudará a saber pedir lo que realmente nos conviene. Tenemos que partir de algo: no se ora para convencer a Dios que necesito algo y me lo tiene que dar. Se ora para establecer una relación familiar con Dios, y abrirle el corazón. Se reza para vincularnos decididamente con quien no vemos, pero creemos en su presencia y en su providencia, manteniendo vivo el deseo de que nos salvemos y seamos verdaderamente felices. De esta forma, me siento tan seguro como la invocación que presenta el salmista hoy: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste”.

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