DIOS SIEMPRE ACOMPAÑA

Una señora estaba en medio de la plaza de su pueblo llorando a solas. Corría la noche, casi la medianoche. Muchos pasaban por ahí y se preguntaban: “¿Qué le habrá pasado? ¿Por qué está así?”. Pasó una amiga suya y le hizo esas preguntas y se ofreció a escucharle, pero se cerraba, no quería hacerlo.

De pronto pasa un abuelito de 85 año de edad, con un bastón en la mano, y se acerca a ella, le da su bendición en la frente, luego se sienta a conversar. Hablaron toda la madrugada, y Él sólo escuchaba. Al final sólo la señora atinó en decir: “Quería escuchar la voz de un papá y ya me siento mejor”. Y aquel anciano se retiró como vino: le puso una cruz en la frente de esa señora y se marchó en paz.

Los israelitas se acercaron a un monte (lugar de cercanía de Dios, lugar de las grandes manifestaciones de Dios, lugar de las grandes decisiones de Dios). Moisés siempre acompañó, como un papá siempre estuvo presente. Tuvo su encuentro con Dios: “El Señor lo llamó desde el monte” (Ex.19,2-6). El Señor siempre confirmó su compañía y cercanía para con su pueblo. Sólo que les hizo recordar de la necesidad de guardar la alianza, como signo de pertenencia a Dios mismo. Atrevió a decirles que ellos son: “un reino de sacerdotes y una nación santa”.

En el evangelio vemos a un Jesús siempre atento, siempre ejerciendo su labor de pastor cercano, de amigo y de maestro: “al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor” (Mt.9,36-10,8).

Hoy asistimos a un mundo que, en muchos lugares, carece de pastor, de alguien que sea signo de esperanza y acogida, de alegría en medio de tanta tristeza, de fe en medio de tanta incredulidad. Mucha gente necesita ser escuchada, otros acompañados, otros que se les dé “un empujón espiritual” para que reaccionen y encaminen mejor su vida, etc. Asistimos también a un mundo donde los sacerdotes son pocos y no se dan abasto para tanta necesidad. Debe resonar como una campana que aturde lo que Jesús dijo a sus discípulos: “la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”.

¿Te preocupas de orar por lo que pide Jesús? ¿Te preocupas de los demás o eres indiferente? ¿Promueves las vocaciones en tu casa o sólo las carreras profesionales? ¿No te preocupa que mucha gente se aleje cada vez más de Dios? ¿Acaso no te preocupa que haya mucha gente que esté confundida en la fe y mal direccionada? Todo esto nos tiene “que quitar el sueño” y prestar más oído a la voz de Dios que habla desde la cotidianidad (“signos de los tiempos”, lo llama el Vaticano II).

Miramos a Jesús que da “poder” o “autoridad” a los discípulos, previo llamado que hace a cada uno. A Jesús le preocupa que haya ovejas que no tengan pastor, no desea que estén solas, no desea que el “lobo” las arrebate o les quite su paz. La Iglesia ha recibido ese poder de hacer presente el amor misericordioso de Dios. Su tarea misionera es: “ir a las ovejas descarriadas de Israel”.

Que Dios nos conceda la gracia de acompañar a tanta gente que necesita de Dios.

Y recuerda que: DIOS SIEMPRE ACOMPAÑA.

Con mi bendición:

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