LAS HUELLAS DEL DIOS UNO Y TRINO

La Liturgia nos invita a contemplar en este domingo el dogma de la fe trinitaria que confesamos los cristianos. Creemos en un solo Dios que se nos ha manifestado como Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres personas, pero solo un Dios. Gracias a la iluminación del Espíritu en la sabiduría de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos de todos los tiempos confirmamos esta profesión de fe como verdad revelada que asentimos libremente con devoción y piedad firme. Pero esto no es una cuestión mental, no es un discernimiento de conceptos, sino una experiencia profunda de fe en la que el hombre responde al Dios que se ha revelado en la historia como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Fijémonos como el dato bíblico sale en nuestra ayuda. El sabio contempla la creación y descubre en ella la presencia de Dios y de una manera muy particular apela a hablar de esto presentando a la sabiduría como una persona que dialoga con la humanidad. Su discurso didáctico manifiesta por sobre todo la iniciativa divina para crear con sabiduría y delicadeza. El asombro del sabio se sustenta en la perfección de una creación que tiene su propio ritmo de vida, pero que definitivamente se sustenta en su Creador y en el diálogo con la sabiduría, lo que conlleva a que el ser humano puede acceder a Dios por medio de aquella que le puede ayudar a comprender lo que ve y contempla.

Pablo defiende la justificación de Dios ofrecida por Cristo Jesús a los hombres, pero sobre todo confiesa que es la fe la que nos lleva a recibir esta justificación que nos abre el acceso a la gloria de Dios. Por ello, ninguna tribulación puede ser más fuerte que el amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo entregado a nosotros. Sin duda, en torno a esta reflexión paulina, despierta ese sentido espiritual y pleno de interpretación que nos lleva a descubrir al Dios trinitario manifestado en la historia de salvación.

El evangelio de Juan, en el largo discurso de la cena de Jesús con sus discípulos desarrolla esta relación de familiaridad al que el creyente es introducido. La acción del Espíritu, que no está desentendida de la voluntad divina, hará posible que el discípulo acoja el mensaje de la salvación que el Padre ha previsto desde siempre por medio de la acción redentora del Hijo. Siguiendo la propuesta del cuarto evangelio, el discípulo de Jesús está llamado a vivir su relación con Dios de una forma netamente familiar. Pero no olvidemos que nuestro Dios seguirá siendo un Misterio, no porque no se pueda conocer o acceder a él, sino porque seguirá atrayéndonos en la sorpresa de sus acciones siempre a favor de la humanidad y de la mantención de esta obra maravillosa de su creación. Dejémonos sorprender por el Dios del amor, no te cierres a su acción salvífica, déjate confrontar por tu religiosidad poco comprometida, quizás termines como terminaron tantos santos sabios y grandes teólogos que escrutaron mucho el misterio de Dios, postrado y alabando: “Señor, dueño nuestro, ¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”

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