En el evangelio de este domingo (Mt. 11, 2-11) sigue adquiriendo protagonismo Juan Bautista. En el 2º domingo, cuando no coincide con la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, se presentaba como el precursor, llamado por Dios para anunciar los caminos del Señor invitando a la conversión, a la transformación de vida que implicara un cambio interior en las personas.

El escenario donde se desenvuelve Juan Bautista es hoy un poco diferente. Él, desde la cárcel donde se encuentra por anunciar la venida del Señor con valentía, descubre que el Señor ya está haciendo signos que demuestran su venida y se siente feliz porque su predicación no ha sido en vano. El anuncio de Juan se está cumpliendo con la llegada de Jesús; el cambio de las personas es real y exige la defensa de la vida, la justicia y la dignidad. Juan y Jesús tienen una preocupación por la vida de las personas y un compromiso para la transformación de la sociedad. Los discípulos de Juan constatan que el Señor viene a anunciar la instauración del Reino de Dios, a mantener viva la esperanza y a construir una sociedad donde sea posible la fraternidad y el desarrollo integral del hombre.

Tanto Jesús como Juan Bautista, desde la autoridad que les avala al ser testigos y profetas, insisten en tres aspectos esenciales para llegar a una conversión profunda y estructural: Caridad que implica compartir lo que se tiene y espíritu de solidaridad, colaboración y servicio, sobre todo, con los más necesitados; Justicia que exige esfuerzo por la igualdad, no aprovecharse de los demás y aspirar a unas relaciones cada vez más fraternas; Paz que en la mente del profeta nos lleva al respeto entre todos, a la superación de todas violencia, odio, discriminación.

El Señor insistirá también en la conversión a la santidad que, aunque aparentemente no influye en el cambio estructural, sin embargo, en la medida en que cada persona busca la perfección desde la óptica del evangelio, toda la sociedad se beneficia de ese esfuerzo personal por lograr un mundo mejor e identificarse más plenamente con la misión de la instauración de su Reino.

Hoy también vemos signos de esperanza mesiánica como los que sintieron los discípulos del Señor: La bondad silenciosa y eficaz de tantos corazones que abnegadamente invierten su vida por los demás; los innumerables gestos de amor y solidaridad. Todo ello nos

demuestra que la semilla de la palabra profética es una realidad en el mundo de hoy y que deberemos mantenerla y fortalecerla.

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