Queridos amigos
El evangelio de hoy nos habla de Juan, como Precursor, y de Jesús, como Mesías (Mt 11, 2-11). Lo que, en el contexto del Adviento, equivale a preguntarnos: qué hemos de hacer para ser precursores como Juan, y otros-Cristo o Mesías como Jesús. En cuanto precursores, nuestro menester es convertirnos e invitar a la conversón, preparar la venida del Señor y hacer discípulos misioneros, seducidos por Él y anunciándolo y llevándolo a los demás. En cuanto cristianos (otros-Cristo), nuestro menester es sentirnos orgullosos de Jesús (y no defraudados), y hacer ver con los hechos que Él es el Mesías, y que donde Él está todo cambia para bien (los ciegos ven, etc.).
Lamentablemente el Adviento que nosotros vivimos no nos hace ser muy precursores del Señor para el mundo, ni siquiera para los vecinos y sólo un poco entre nuestros familiares y amigos. Cuando más, adornamos la casa con motivos navideños y guirnaldas de luces, ponemos el pino navideño, armamos el belén y colocamos la corona de adviento. A veces, hasta oramos y tocamos y cantamos villancicos entorno al belén y la corona de Adviento, cuyas velas encendemos… Todo esto está muy bien, pero es insuficiente. Sobre todo cuando la propaganda comercial y el consumismo nos hacen perder el sentido religioso y cristiano de la Navidad y reducen cuanto hacemos a casi sólo un maquillaje.
El ser precursores como Juan debe llevarnos a acentuar la expectativa por Jesús que llega, más que por una Navidad pura fiesta. Que podamos tener y propiciar un encuentro personal, estrecho y vivo, con Jesús. Que amemos y acojamos la vida (en cualquier mamá en gestación), que crezca nuestro sentido y ejemplo de pertenencia y participación en la comunidad cristiana a través de la parroquia. Que hagamos y animemos a hacer pública nuestra fe participando en la Misa dominical y en otras celebraciones. Que alejemos de nosotros toda violencia, mentira y corrupción. Que amemos y sirvamos a los pobres…
A todo eso y mucho más, le llamamos esperanza activa y fecunda, que es el alma del Adviento. Activa, porque quien así espera no se limita a sentarse y a aguardar pasivamente a que la cosa venga sino que la apura y la anticipa. Y fecunda, porque produce buenos y abundantes frutos (Gal 5, 22). No se limita a soñar con el que viene y lo que trae, sino que lo anticipa, empezando a vivir, aquí y ahora, la paz, el amor, la gracia, la benignidad, la salvación… del Divino Niño.