Queridos amigos, reciban mi cordial saludo, Dios los bendiga en este Domingo “día del Señor”, que celebramos la solemnidad de la “Santísima Trinidad”.
La Santísima Trinidad es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y este misterio es proclamado en el Prefacio de la Misa de hoy: “de modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna Divinidad, adoramos tres personas distintas, de única naturaleza e iguales en dignidad”.
La confesión de la Trinidad de Dios, es lo que Cristo mismo nos lo reveló, nos habló de Dios que es “Padre”, y que él es el “hijo amado”, y que él “Espíritu Santo” es quien nos guía a la verdad plena, “es el amor del Padre y del Hijo”.
Así también, lo confesamos en el Credo cada domingo, “creo en Dios Padre, todopoderoso,…” y “creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,…”, que nos redimió y “creo en el Espíritu Santo”, que nos santifica, para que participemos de la gracia divina de Dios eternamente.
En la misa como en los demás sacramentos se invoca la “Trinidad de Dios”, y hacerla con devoción y reverencia, es la oración más breve, porque invocamos a Dios como Padre, que nos tiene en su divina Providencia, e invocamos a Cristo, que nos redimió de nuestros pecados, e invocamos al Espíritu Santo que nos santifica para participar eternamente de Dios mismo. Es el Espíritu Santo el que hace presente el amor de Dios.
En la primera lectura del libro del Deuteronomio (Dt.4,32-40), Moisés proclama la grandeza de Dios, su amor y fidelidad, que interviene en la historia (pasado y presente y futuro), y que es “único” y que fuera de él no hay otro. Y que observando sus mandamientos nos aguarda la bienaventuranza eterna.
El salmo 32, es un reconocimiento a Dios: “nosotros aguardamos al Señor, él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”. “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor”.
En la segunda lectura del apóstol San Pablo a los Romanos (Rm.8,14-17), nos recuerda la dignidad que Dios nos da, por su Espíritu, somos “hijos adoptivos” de Dios, y somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Por el bautismo recibimos esa gracia de ser “hijos de Dios”, en su Hijo amado Jesucristo, por el poder del Espíritu Santo. Vivir con dignidad nuestro bautismo es honrar a Dios.
En el evangelio de Mateo (Mt.28,16-20), los discípulos del Señor, reciben el mandato: “vayan pues y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…”
Sea la Santísima Trinidad modelo e inspiración para amarnos, para construir la unidad, la paz. La Santísima Trinidad expresa una comunión de amor, que genera un vínculo de unidad y caridad fraterna.
Tengamos esa buena y santa virtud de invocar cada día, al amanecer y al anochecer, el nombre de Dios, haciéndonos la “señal de la santa cruz”. En los momentos significativos del día, invoquemos a Dios con la señal de la santa cruz, por la cual invocamos la unidad y Trinidad de Dios, y el misterio de la encarnación del Hijo de Dios por nuestra salvación.
Los tengo en mi oración y cariño, y de un modo especial en la misa de hoy.
Sigamos orando unos por otros.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en principio, y ahora, y siempre, y por los siglos de los siglos. AMÉN
Oh María sin pecado concebida.
Ruega por nosotros que recurrimos a Ti.

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