Queridos amigos

Hay dos parábolas que retratan a Jesús de cuerpo entero: la del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) y la del Buen Pastor (Jn 10, 1-30). La del Buen Pastor, la iglesia la propone siempre en el 4º domingo de Pascua, para celebrar con él la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Pidiéndole al Señor que suscite en su iglesia suficientes y santos sacerdotes, que, como Jesús, sean para su pueblo Buenos Pastores, misericordiosos como el Padre. Obviamente, pedimos también para que siga suscitando religiosos y religiosas, laicos y laicas comprometidos, papás y mamás, que, desde su estado y situación, sepan ser buenos pastores. Pero hoy oramos especialmente por el aumento de las vocaciones al sacerdocio y por la fidelidad y la santidad del casi medio millón de sacerdotes que hay en la iglesia.

¿Qué hacer para ser Buenos Pastores? La respuesta nos la da el evangelio de hoy (Jn 10, 27-30), pese a contener solo cuatro versículos del rico capítulo 10 que Juan dedica a Jesús Buen Pastor. “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco”, dice Jesús (Jn 10, 27). Cercanía, familiaridad, cariño y cuidado, constituyen el alma de la relación pastor oveja (sacerdote-fiel, padre-hijo): El pastor conoce a sus ovejas y las llama por su nombre, es decir, las conoce y les da un trato personalizado; las llama y les inspira seguridad, confianza, de modo que le sigan a gusto. ¿Cuántos pobres conocemos nosotros por su nombre y los llamamos para conocer y aliviar su situación?

Ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna (Jn 10, 28). Siguen a Jesús porque se sienten atraídas por Él (Jn 12,32) y porque las lleva a prados abundantes y tranquilos, regresándolas, después, sanas y salvas a su redil. Buen pastor no es sólo el que tiene buen corazón y buen trato sino el que conoce y cumple bien su oficio. El que sabe mantener unidas y seguras las ovejas (los fieles), formar grupos (comunidades) con ellas y hacerlas crecer en número y calidad. Es el caso de Jesús y de los buenos pastores, que no evangelizan por evangelizar sino para formar comunidades y construir Iglesia.

Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano, que es la mano del Padre, porque el Padre Dios y yo somos una sola cosa, dice Jesús (Jn 10, 30). Tremenda afirmación esta última, que habría de costarle la vida, pues siendo hombre se hacía pasar por Dios. Es de lo que le acusaron en el juicio (Jn 10, 33) y por lo que en definitiva lo condenaron (Mc 14,62). Les invito a memorizar el texto de Juan 10, 30 y a leer el comentario hecho por Jesús mismo (Jn 7, 47-58).

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