La escena que nos presenta este III domingo de Pascua transcurre en el lago de Galilea. Jesús, en ese mismo lugar, tres años antes, invitó a unos pescadores a que le acompañaran en la instauración del Reino. Ellos, dejándolo todo, le siguieron. Ahora, en el mismo lago de Galilea, y después de la experiencia de la resurrección, Jesús se volvió a acercar a esos pescadores-discípulos, les quitó el miedo, las dudas, el desamparo que los atenazaba, los colmó de paz y serenidad, les emocionó con otra “pesca milagrosa” y les volvió a recordar que serán “pescadores de hombres”.

La “pesca” es la imagen y el símbolo de la misión, de la urgente necesidad de todo cristiano bautizado de ser testigo de la verdad y de la vida de Cristo resucitado. Todos los discípulos sienten necesidad de anunciar el Reino, de no quedarse en la orilla sino llevar la palabra del Señor a todos los hombres. La misión hay que realizarla según los criterios de Jesús, guiarse por su Espíritu, estar abiertos a sus inspiraciones desde la unidad, los signos de los tiempos y las disposiciones eclesiales.

En este ambiente de intimidad y de diálogo sincero, Jesús pregunta a Pedro, hasta tres veces, si lo ama. Pedro responde afirmativamente con humildad y reconocimiento y así repara las negaciones de la pasión y el Señor le confía el cuidado de sus seguidores en la tierra. Esta misma pregunta nos la hace hoy el Señor a cada uno de nosotros. No podemos responderle con un evasivo “sí” de rutina y de comodidad, sin exigencia ninguna. La fidelidad, la disponibilidad en la misión, la aplicación en nuestra vida de los valores del evangelio serán criterios, entre otros, que garanticen la firmeza de nuestra convicción en el amor al Señor al responder a su pregunta y llamada.

El Papa Francisco, en el inicio de su Pontificado, nos urgía a impulsar con fe ardiente, la tarea evangelizadora especialmente entre los más alejados y pobres. La narración de “la pesca milagrosa”, el entorno que la envuelve y el fin exhortativo que Jesús inculca a sus discípulos, nos debe motivar a anunciar el Reino de Dios con mayor convicción y firmeza.

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