Iniciamos, con este domingo, el tiempo pascual, un periodo litúrgico que centra nuestro itinerario espiritual en la resurrección del Señor, acontecimiento esencial, único, en nuestra vida de fe. Gracias a la resurrección del Señor nuestra fe tiene sentido. Con la resurrección de Jesús los discípulos creen firmemente en Él y revitalizan la esperanza, la ilusión, la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios, la seguridad de que ha llegado la redención de Jesús al mundo.

Tres palabras son claves para abordar este gesto generoso del Señor que nos lleva de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia: alegría, esperanza, testimonio.

La alegría: las lecturas de la liturgia de la palabra nos hacen vivir el gozo permanente y activo de la resurrección del Señor. Una alegría externa pero, a la vez, interiorizada, que nos descubre la profundidad del acontecimiento salvífico de Cristo. ¿No nos sentimos hambrientos de alegría y felicidad ante un mundo superficial que no satisface nuestras aspiraciones?. Penetremos en “el agua viva” de Cristo resucitado, dejémonos envolver por su presencia y nuestra vida se convertirá en un remanso de armonía y paz.

La esperanza: Cristo resucitado inaugura “un cielo nuevo y una tierra nueva”. En esta doble dimensión, inseparable, estriba la esencia de la esperanza cristiana. Nuestro mundo es construcción, camino, expectativa. El reino de Dios se da en el aquí y ahora que nos toca vivir y se consuma definitivamente en la otra vida. Nuestras tensiones y preocupaciones del presente, nuestros vacíos interiores, son relativos ante la grandeza de un Dios que nos abre horizontes nuevos. Dejémonos envolver por el optimismo, la ilusión, que nos marca el amor de Cristo resucitado.

En este año de sufrimiento y dolor cambian las razones en el menoscabo de la esperanza. Si los años previos era, fundamentalmente la pandemia y sus consecuencias, ahora más bien, preocupa la inestabilidad política y social que arrastramos desde el inicio del año. Ojalá vaya triunfando la cultura del consenso, de primar los intereses nacionales por encima de los particulares, el sentido y la primacía de la autoridad pero desde un compromiso por la justicia, la honradez y la comprensión de algunas y justas aspiraciones de los pobres. Será la gracia del Espíritu, para los que tenemos fe, la confianza en las autoridades y el valor del diálogo, nuestras propias

convicciones, la voluntad y el convencimiento quien revitalice nuestra esperanza para superar esta prueba de la que podremos salir fortalecidos con la ayuda del Señor resucitado.

El testimonio: María Magdalena, otras mujeres, los discípulos del Señor… al comprobar que Cristo resucitó sienten el impulso de la fe, la agitación especial que marca sus vidas, y anuncian a los demás lo que ven y sienten. Esta experiencia transforma sus esquemas y objetivos y los lleva a testificar de palabra y de obra el mensaje aprendido y vivido junto al Señor. ¿Sentimos nosotros la misma presencia gozosa de Cristo resucitado en nuestras vivencias personales? ¿Ante un mundo de indiferencia secularizante nos comprometemos a ser testigos de Cristo resucitado?. ¿Somos verdadero discípulos y misioneros de Cristo en los ambientes donde nos desenvolvemos?.

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