El Evangelio de San Lucas del día de hoy nos exhorta a vivir en la sinceridad, coherencia y fidelidad comenzando por el análisis interior de nuestra propia vida. Somos muy propensos para analizar, juzgar y exigir a los demás y muy poco para ahondar en nuestras virtudes ya que son siempre mejorables y en nuestras limitaciones o deficiencias para revertir la situación. Es fácil descubrir los defectos de los demás y aconsejarles la pedagogía que deben adoptar para corregirse pero nos cuesta aplicarlo en nuestra propia vida. Las personas humildes y consecuentes se caracterizan por ser muy exigentes consigo mismo y mantener cierta dosis de transigencia y confianza con los demás. Podemos pensar que la transigencia, el perdón o la confianza demuestran señales de debilidad y, sin embargo, comprendiendo los límites y las situaciones específicas, suele resultar lo contrario, a mayor transigencia, más posibilidades de mantener una autoridad y una interrelación profunda. El perdón y la misericordia son actitudes fundamentales del cristiano que Cristo enseñó y practicó con frecuencia y nosotros estamos llamados, como exigencia de su seguimiento, a practicar en nuestra vida.
Resulta aleccionadora la última frase del evangelio de hoy: “porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca (Lc. 6,45). Efectivamente, la bondad de nuestra vida brota de la bondad de nuestro corazón. El Señor es muy insistente en esta idea, sobre todo cuando discute con los fariseos, muy propensos a cuidar la apariencia, la imagen, lo externo y como derivación de esas actitudes una cierta tendencia hacia la hipocresía, lo accidental, la soberbia, el orgullo y la discriminación, la exclusión… Estos “contravalores” o defectos brotan con frecuencia en nuestros ambientes y nos impiden una mayor purificación y claridad con la identificación del mensaje de Jesucristo. La verdad del hombre, su bondad, el conocimiento verdadero, la práctica auténtica del evangelio, la fuente de la moralidad o de su conducta, residen en el corazón de cada uno y por aquí hay que empezar para gozar de credibilidad ante los demás.
Jesús nos recomienda que dejemos de estar pendientes de los demás y seamos más exigentes a la hora de examinarnos a nosotros mismos, que bajemos al fondo de nuestro ser y descubramos la bondad o la mentira, las virtudes o defectos que brotan de lo profundo de nuestro corazón.