SABIDURÍA QUE VIENE DE DIOS
Los libros llamados sapienciales (o de sabiduría) que encontramos en la Biblia se ocupan de recoger la tradición de la experiencia humana, incluso más allá de las fronteras de Israel, aquella que se pregunta sobre las interrogantes más importantes de la existencia, y que ofrece respuestas a partir de la viva experiencia de los mayores. Pero también, el sabio no solo es un recopilador sino también un estudioso de la Ley, de la sabiduría de otros pueblos que conoce en sus viajes y por último también un inventor de proverbios y sentencias que puedan ayudar a las futuras generaciones a afrontar la realidad de la vida con prudencia. Ahora bien, el sabio remite a la búsqueda de la verdadera sabiduría que procede de Dios y que determina que todo aquel que desee alcanzarla tenga que considerar de vital importancia su vida religiosa. Podemos notar en las sentencias de esta primera lectura tomada de la sabiduría de Jesús ben Sirá cómo el hombre debe asumir ciertas cualidades que le sirvan para un buen discernimiento de las situaciones que le sobrevengan. Sin duda, la prudencia en el hablar es algo que todo el mundo lo acepta, pero son muy pocos los que la practican. Los ejemplos de la criba o el cernidor y el horno del alfarero no hacen sino fundamentar que es en la exigencia de la vida donde las palabras deben ser las suficientes para no caer en incoherencias. El don de la palabra está tan vejado hoy, que cuesta mucho encontrar “hombres y mujeres de palabra”, y ¡cuánta falta nos hace hoy en día!
La segunda lectura nos trae el final de la larga exposición de Pablo acerca de la resurrección de los muertos a la comunidad de Corinto. La verdad del triunfo de lo incorruptible sobre la muerte suscita la alabanza que Pablo ha recogido de textos de Isaías y Oseas. Una vez más, Pablo entiende que la ley solo ha servido para reconocer la amenaza del pecado, pero es la gracia de Cristo Jesús resucitado la que ofrece plenamente la salvación y por ello estimula a sus hermanos a perseverar firmemente sabiendo que la recompensa merecida será una realidad en el día final de la resurrección.
En el evangelio continuamos con este grupo de enseñanzas de Jesús en la llanura. Se apoya esta vez de una parábola parar corroborar aquella advertencia de la medida con que midas, serás medido. Y es que, no puede pretender alguien ser más que su maestro, quizá pueda llegar a ser tan igual que aquel si ha recibido una buena formación. Resulta ser una enseñanza sensata y recoge la “logia” de Jesús acerca de aquel que quiere sacar la mota del ojo de su hermano teniendo una viga en el suyo. Se corre el peligro, pues, de arrogarse posturas de maestro cuando aun no lo somos. Lo cierto es que, aquel que busque dárselas de muy sabio rechazando las advertencias de los mayores dará fruto malo porque su árbol es malo. Esto está más claro que el agua, pero ¿por qué hay tanta maldad en el mundo? Cuando el corazón, sede de las decisiones del hombre, está ya corrompido, es difícil que pueda dar frutos buenos. Procuremos tener un corazón rebosante de buenas intenciones para hacer todo el bien que podamos a los demás. Sin duda, la sabiduría de la vida, aunque tenga todos los elementos de ser promovida por la experiencia de tantos hombres y mujeres que han afrontado los mismos problemas que hoy los afrontan, debe vincularla a la sabiduría que viene de Dios que busca por sobre todo que el corazón del hombre se llene de su gracia, la cual le invita siempre ha obrar lo correcto para el bien propio y el de los demás. Por eso, el sabio jamás aceptará la soberbia como su expresión externa de relacionarse con los demás, sino más bien su humildad y gratitud. Cambiemos la mala manera de pensar acerca de la sabiduría y descubramos en la experiencia de vida de nuestros mayores las huellas necesarias para conducirnos coherentemente dejando una estela de verdadera sabiduría para las futuras generaciones.