SI AMAN A QUIENES LOS AMAN ¿QUÉ MERITO TIENEN?

Los llamados “profetas anteriores” en la Biblia judía refieren la crisis en torno a la posición anti-monárquica y pro-monárquica que afrontó el pueblo de Israel asentado ya en la tierra prometida. Una de las características de los libros de Samuel y Reyes será la presencia de intrigas en la corte real, las que se suceden confirmando la poca aceptación de la monarquía por quienes defendían la absoluta soberanía de Dios como el caso de Samuel. De esta forma, Saúl, el primer ungido para rey, se ve rechazado por Dios por su desobediencia y aunque se puede percibir algunas tradiciones acerca de una temprana elección de David como su sucesor por el deseo de Dios, el primer libro de Samuel nos ofrece algunos relatos que intentan destacar a David como alguien que no intentó usurpar el trono por sus propias fuerzas, sino más bien, confió en la intervención de Dios en favor suyo. Así, nos encontramos con este relato en que se describe a un David que supo perdonar la vida a su rey que lo perseguía a muerte, desconcertando a sus propios generales, e intentando persuadir al mismo Saúl que abandone el odio hacia su persona. Sin duda, el autor bíblico intenta destacar a David como un candidato digno a ser rey, pues sabe respetar la voluntad de Dios en su ungido Saúl, por lo cual no se considera con derecho alguno para quitarle la vida, a pesar de que éste sí lo buscaba para matarlo.

En la segunda lectura continuamos con la reflexión de Pablo a los corintios acerca de la resurrección de los muertos. Esta vez recurre a una prefiguración de la Escritura que le servirá de soporte para su argumentación acerca del paso decisivo de lo terreno a lo celestial, y esta es la de Adán. Ya antes de este pasaje había anunciado a Adán como imagen de aquel por quien la humanidad ha asumido una naturaleza caduca, y en contraposición, por Cristo todos retornarán a la vida (1Cor 15,21-22). En este fragmento, Pablo intenta dar una explicación un poco confusa acerca de la verdad de la resurrección. Apela a las concepciones griegas de realidad natural o terrestre y realidad espiritual o celestial, para fundamentar que nos espera una realidad celestial sin precedentes que no es compatible con la corruptibilidad de la realidad terrenal. De esta forma, Cristo es el nuevo Adán por quien la humanidad puede alcanzar su realización en la realidad celestial que se abre por la resurrección de los muertos.

Finalmente, el evangelio que escucharemos nos coloca en la continuación del discurso de la llanura del tercer evangelio. Una serie de sentencias acerca del estilo de vida peculiar de los cristianos no puede sino causar sorpresa para quien lo escucha. La tendencia humana nos lleva a aborrecer al enemigo, devolver mal por mal y maldecir a quien nos hace daño; vengar a quien nos agrede y jamás dar pues cada uno se la tiene que buscar. Pero, es preciso apuntar a lo principal pues todo eso es una consecuencia de malas decisiones las que desencadenan todo lo dicho anteriormente, y el autor subraya la famosa regla de oro: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes”. Si alguno de nosotros, muy creyentes, cometiera una grave equivocación, nos vendría el arrepentimiento de seguro, e intentaríamos pedir perdón y rectificar de alguna forma el daño cometido, pediríamos comprensión y misericordia de seguro. ¿Por qué al ser “otro” el que vive esa experiencia exigimos una justicia implacable y le deseamos todo lo malo que le pueda pasar? El seguimiento de Cristo debe marcar diferencia, sino ¿dónde está el verdadero mérito de esta confesión de fe? Tarea difícil, de profunda reflexión. Nadie quiere tener enemigos de seguro, nadie quiere iniciar una cadena de venganzas, pensemos y obremos una conducta recta, intentemos no hacer daño a los demás, y si llegase el momento duro de la adversidad ante la maldad del enemigo, roguemos a Dios que no permita que nos embargue el odio, y aunque se exija la justicia propia de este mundo, entremos en un proceso de reflexión que nos ayude a purificarnos de los malos sentimientos que puedan terminar de destruirnos interiormente. En esto sí estoy convencido que no se puede afrontar sin Dios.

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