PONER LA CONFIANZA EN DIOS

Este fragmento profético del libro de Jeremías tiene una estructura de oposición de situaciones (bendición – maldición) son sus respectivos ejemplos para comprender mejor la advertencia que está dando el profeta al pueblo judío. El tercio de la comparación es el tema de la confianza. Hay quienes ponen su confianza en el hombre y otros en Dios, lo que pone en evidencia la responsabilidad del creyente, pues este no debería apelar al criterio humano frágil, vulnerable, sino al divino, imperecedero y fuerte. A eso, agrega la ilustrativa comparación entre el cardo y el árbol, que crecen en ambientes totalmente opuestos, lo que devela la gran vitalidad de quien ha sabido poner su confianza en el Señor.

En la segunda lectura, continuamos la reflexión de Pablo del capítulo 15 de la primera carta a los corintios. Aquí encontramos la razón por la que Pablo ha decidido hablar sobre la resurrección de los muertos y es que hay quienes niegan que se dé esta resurrección. Puede que, en la concepción de muchos corintios, la resurrección se haya entendido solo en un sentido simbólico, asumido desde el bautismo, como una nueva realidad de existencia, más ninguna perspectiva de futuro lo que pone en entredicho la fe en la resurrección y sobre todo la propia resurrección de Jesús. Pablo necesita hacer reaccionar a los corintios frente a esta corriente de pensamiento y reafirma tajantemente que los cristianos se sostienen en la fe de Cristo resucitado. Si esto no se hubiera dado pues realmente serían los cristianos muy desgraciados, pues su esperanza ya no tendría sentido.

El evangelio de Lucas que estamos escuchando estos domingos nos dispone a escuchar un largo discurso de Jesús. A diferencia de la propuesta de Mateo, donde Jesús predica desde el monte (Mt 5), Lucas coloca a Jesús en una llanura, y señala que su auditorio estaba conformado por sus discípulos, gente de Judea y Jerusalén y también paganos de la región de Tiro y Sidón. Está clara la apertura de la misión entre gentiles para esta comunidad a la que se dirige Lucas. El autor quiere destacar a un Jesús que habla sabiamente desde una exposición parecida a la que escuchamos en la primera lectura, por lo que encontramos bienaventuranzas y malaventuranzas, puestas en oposición. Sabemos que hay una preocupación social en la propuesta evangélica de Lucas, por lo que intenta resaltarla en esta intervención de Jesús: los pobres son pobres sin más, los que pasan hambre son los que no tienen que comer, los que lloran son los que sufren día a día, los que experimentan la discriminación por causa del Hijo del hombre son los excluidos de la sociedad. ¡Y estos son los dichosos! Difícil clave cuando uno lo lee desde los criterios humanos. De allí el requerimiento de pronunciar estas malaventuranzas justamente dirigidas a los ricos, avaros que ponen su confianza en el dinero; los saciados que no se conmueven ante el hambre de sus hermanos; los que ríen pensando que aquellos que lloran sufren porque Dios los castiga como si esa fuera la “norma” de la vida; los que se sienten conformes ante la adulación de sus “amigos” pensando que son respetados por estos. Este mensaje no es solo para una reflexión sin más, exige un cambio de realidad, pues la injusticia genera pobreza, insatisfacción, lágrimas y discriminación. ¿Por qué no vamos a denunciar los creyentes las cosas que en nuestra sociedad no caminan bien? ¿Acaso nuestra convicción cristiana nos determina como seres que no tenemos nada que decir acerca de lo que nos atañe en esta tierra? No somos carne y espíritu en oposición, no existimos con el alma por un lado y por el cuerpo por otro. Si exigimos la generosidad y la justicia como cristianos no la hacemos solo desde el criterio humano, sino desde el mejor testimonio que tenemos: desde Dios que tan liberalmente entregó por amor a su hijo, quien justamente sufriendo la injusticia la destruyera con su propia muerte para que nadie más sufriera la injusticia, obra de los hombres con un corazón alejado de la fe. La sabiduría de Dios se impone sobre todo. Lo más triste, es que cuando pasa el tiempo recién uno reacciona y eso lo escuchamos decir: “algo intuíamos”, “no nos dimos cuenta”, “cómo se nos escapó”. Frases que ya no consolarán a los pobres, ni a los hambrientos, ni a los que sufren discriminación, porque ya no están. Es tiempo de reaccionar, Dios nos lo pide.

P. Mario

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