Queridos amigos

El evangelio de “Jesús y la mujer adúltera” (Jn 8, 1-11) es un hecho de vida que está lleno de enseñanzas, pues pone de relieve el machismo judío, el amor compasivo de Jesús y su sabiduría salomónica, la primacía del perdón, y, sobre todo, la primacía de la persona humana, cuyo valor está por encima de las instituciones, los gobiernos y las leyes, que deben estar al servicio del hombre y de la mujer, y no al revés. Es lo que no se cansó de enseñarnos Jesús (Mc 2,27) y enseña la iglesia.

La actitud de Jesús para con la mujer adúltera es totalmente diferente a la de los judíos. Para estos, la adúltera no cuenta como ser humano. Para ellos, mujer y pecado son sólo una buena oportunidad para hacer quedar mal a Jesús, para sacarle un SI o un NO, a como dé lugar. Salomónicamente Jesús no dirá ni SI ni NO, sino algo tan sencillo como “quien esté sin pecado que le tire la primera piedra”. Bastó eso -y lo que Jesús escribía en el suelo-, para que los acusadores se fueran “retirando uno a uno empezando por los más viejos”, como observa Juan irónicamente. Para nosotros, una de las consecuencias de la primacía de la persona humana, es reconocer siempre su dignidad y nunca “utilizar” a nuestros semejantes ni servirnos de ellos en provecho propio.

Otra de las consecuencias de la primacía de la persona humana, es que nos pide ser comprensivos y tolerantes con nuestros semejantes, en especial con los caídos en desgracia, y aceptarlos como son, más allá de sus errores y pecados. Ahora, si queremos imitar a Jesús (y tenemos que imitarlo), tendremos también que quererlos y hacer cuanto pueda ayudarlos. Y todo esto no tanto por virtud cuanto porque son seres humanos. Porque “el hombre es la única criatura terrestre a la que Dios y Jesús han amado por sí mismo” (GS 24); y por sí mismo tenemos que amarla nosotros. Sea lo que sea y tenga lo que tenga.

En el caso de la mujer adúltera, es conmovedor el trato que Jesús le da y el diálogo que sostiene con ella. Vale la pena leerlo (Jn 8,10-11). Y meditar y hacer nuestras las emotivas y consoladoras palabras que Jesús le dirige. Para decírselas a quienes creemos que ofenden y/o nos han ofendido. Mujer (hombre)…, yo tampoco te condeno. Vete, y en adelante no peques más. Hay que estar siempre dispuestos a perdonar, hasta setenta veces siete, dice el Señor (Mt 18,22). Al respecto, este evangelio de la primacía de la persona humana, es igualmente el evangelio de la primacía del perdón. Un perdón que libera y lleva a empezar una vida nueva, feliz y fructuosa. Es lo que Jesús le pide y nos pide con ese Vete y no peques más.

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