HABLAR DE PARTE DE DIOS

 

Un joven de 16 años, hijo de una familia sencilla, humilde y de un profundo arraigo cristiano católico, fue llamado por Dios a ser misionero. Estaba a punto de terminar sus estudios en la escuela de su pueblo cuando estaba frecuentando su parroquia. Su deseo era grande, el que menos hablaba de su espíritu de apertura, de abnegación, de solidaridad, pero tenía una “pequeña dificultad”: no podía hablar en público, tenía mucho miedo; es más, muchos se burlaban de él. Su párroco, que había puesto sus ojos en él, decidió ayudarlo: le puso a vender pasta y cepillo dental puerta por puerta, ayudado por un amigo suyo. Eso motivó, entre otras cosas, para que se abra mucho más al diálogo con los demás, a perder el miedo de hablar en público y a fortalecer y valorar su vida. Desde aquella vez hasta hoy, Dios le ha bendecido para ser un buen misionero.

Profeta, es aquella persona que habla de parte de Dios, anunciando buenas nuevas, denunciando aquello que va en contra del plan de Dios e invitando a perseverar en el bien obrar (exigencia de vivir bien la fe). Jeremías, hoy en su libro, resalta ese llamado de parte de Dios, para hablar en su nombre: “te nombré profeta de las naciones. Y tú, ármate de valor, ponte de pie y diles lo que yo te mando” (Jer.1,4-5.17-19). Cuando nos decidimos a abrirnos a la gracia de Dios en nosotros, Él hace el resto. Cuánta gente hay que necesita de Dios, y no nos atrevemos a hablar de parte de Dios. El miedo muchas veces nos invado, como aquel jovencito de la historia. Para aquellos que deseen atreverse a hablar de parte de Dios y que todo el tiempo viven desanimados y sin asumir esta tarea, escuchen el mensaje de Dios: “Lucharán contra ti, pero no te vencerán, porque YO ESTOY CONTIGO”. Podrán callar tu voz, pero la voz de Dios no la callarán, porque “gritarán las piedras” (Lc.19,40).

Para un profeta, para un misionero, Dios siempre será la roca de su refugio y de consuelo permanente (cf. Salmo 70), con el único fin de contar la salvación de Dios, o como la Virgen: “las maravillas de Dios”. El profeta tiene “que ambicionar los carismas mejores” (1Cor.12,31-13,13).

¿Qué pasa cuando rechazan a un profeta? Viene la duda, el cuestionamiento, el alejamiento, el señalamiento: “¿no es este el hijo de José?” (Lc.4,21-30). Jesús había presentado públicamente su misión, en la sinagoga e Nazaret (hay que recordar el evangelio del domingo pasado), pero no le entendieron, no le aceptaron. ¿Se puede callar la voz de Dios en el profeta? ¿Se le puede poner un candado a la acción de Dios en nosotros y en los demás? A Jesús no le creyeron, lo rechazaron, querían silenciar su voz como mucha gente hace hoy en día cuando se les habla con y desde la verdad: “Al oír esto, todos en la sinagoga, se pusieron furiosos y, levantándose, lo sacaron fuera del pueblo”. Pero no estamos “acostumbrados” a que nos hablen con la voz de Dios y por eso rechazamos y cuestionamos todo que venga de parte de Dios. ¿No será que tú, yo o todos pertenecemos a ese grupo? El evangelio de hoy empieza expresando la aprobación que TODA LA ASAMBLEA le había dado a Jesús, pero qué contradicción, luego quieren “deshacerse” del maestro.

Cuando alguien habla de parte de Dios. ¿Lo acepto o lo rechazo? ¿Lo critico negativamente o lo animo? ¿Me incomoda su misión profética y por eso pido que otros me ayuden para sacarlo del camino? ¿Lo dejo solo o le ayudo para extender el reino de Dios? ¿No será que cuando rechazo a algún profeta, estaré rechazando a Dios mismo? ¿Me animo a ser profeta o tengo miedo como el joven de la historia?

Pero no todo está perdido. San Pablo habla de que siempre prevalecerá lo bueno, lo perfecto, el amor: “cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará. Quedan tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más grande de todas es el AMOR” (1Cor.12,31-13,13).

Qué gran tarea tenemos todos: hablar de parte de Dios sin miedo, ya que el profeta no está solo.

Con mi bendición.

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