Las Bienaventuranzas ocupan un lugar central en el evangelio que se proclama este domingo y se debe entender que las Bienaventuranzas son una propuesta de vida que hace el Señor Jesús a los discípulos y también para el gentío, aquellos que se van congregando alrededor de su persona para escucharle y ser testigos de su obrar en favor de los más necesitados, sobre todo los pobres y enfermos. 

Cuando prestamos atención al contenido de su enseñanza en las Bienaventuranzas:  

Lo primero que encontramos es que empieza a llamar dichosos a aquellos que asumen un cierto tipo de actitud o conducta frente a la vida y los demás. 

Luego de escuchar su enseñanza uno se pregunta ¿Cómo se puede ser dichoso, siendo pobre de espíritu? O ¿Cómo pueden ser dichosos los sufridos?,¿Cómo pueden ser dichosos los que lloran?, ¿Cómo pueden ser dichosos los que tienen hambre y sed de justicia?, ¿Cómo pueden ser dichosos los misericordiosos?, ¿Cómo pueden ser dichosos los limpios de corazón?, ¿Cómo pueden ser dichosos los que trabajan por la paz?, ¿Cómo pueden ser dichosos los perseguidos por causa de la justicia?. 

Es que “pobre de espíritu” apunta a señalar a aquellos que expresan una total dependencia de Dios, los que no se dejan arrastrar por el consumismo, los que terminan descubriendo que no necesitan la “ropa de marca” porque el valor que tienen no depende de esas prendas sino por ser hijos e hijas de Dios. Y cuando lo hacen, entonces empiezan a vivir sin la angustia de tener tal o cual cosa para ser feliz, ya que ahora su felicidad la descubren dentro de ellos que es el valor que tienen es porque son hijos de Dios.  

Son dichosos los sufridos acaso porque no se dejan ganar por la violencia y prefieren dejarlo todo en manos de Dios, pero este dejar en manos de Dios, no como quien ejecutora su venganza, sino como aquel que pide que no hagamos el mal y que nos esforcemos en hacer siempre el bien.  

¿Cómo ser dichoso llorando?, ¿llorando por qué? Tal vez porque no nos quedamos indiferentes a las situaciones de dificultad de los demás sino que dejamos que nos afecten de tal manera que no nos dejamos aprisionar por la indiferencia frente al hermano que sufre. 

Ya en otro tiempo San Vicente de Paúl dirá “los pobres son mi peso y mi dolor”.  

Como ser dichoso cuando se tiene hambre y sed de justicia. Es acaso esta hambre lo que lleva al hombre a buscar ser justo como su Padre del cielo es justo, de tal manera que cada quien reciba lo necesario para que a nadie le falte nada, rompiendo de esta manera con ese espíritu que empuja a las personas a apropiarse incluso de aquello que no necesitan tan solo por el placer de sentir que se tiene.  

Se entiende que se es dichoso siendo misericordioso cuando luego de haber vivido hace unos años atrás el Año Santo de la Misericordia y en esa ocasión los creyentes recordábamos o aprendíamos que debemos ser misericordiosos como lo es nuestro Padre del Cielo.  

Se puede ser dichoso teniendo un corazón limpio cuando nuestro corazón está libre de todo aquello que nos separa de Dios y de los hermanos y hermanas. Se entiende que nos ayude a ser dichosos porque nos ayuda a mirar a los demás como hermanos y no como enemigos, porque soy capaz de reconocer que todos somos hijos de Dios. 

Dichosos los que trabajan por la paz, son aquellos que buscan desterrar de sí mismos, aquello que les lleve a enfrentarse a los demás como enemigos, y por el contrario empiezan a trabajar el compromiso al que nos lleva nuestra oración cuando le pedimos al Padre que haya más paz en el mundo.  

Se entiende que son dichosos los que buscan que se instaure la justicia, aquella que nos ayude a reconocernos a todos como hijos de un mismo Padre y por lo tanto todos dignos de nuestro respeto que nos lleva a actuar justamente frente a ellos sin querer aprovecharnos de ellos. 

Termina asociando todo lo anterior a un comportamiento que es motivado por querer ser parte de su causa a pesar de saber que los que asumamos esta conducta vamos a ser insultados, perseguidos y calumniados, pero sabiendo que hacerlo será causa de nuestra alegría al estar seguros que estamos haciendo lo que Dios quiere. Hacer eso es lo que da la recompensa final.  

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