Cuando hay desconfianza entonces hay duda y por eso se puede afirmar que la desconfianza no conjuga con la fe.
La fe supone confianza en Dios, que se nos revela como Padre amoroso y preocupado por nuestra salvación.
La fe supone creer que aquello en lo que se ha comprometido nuestro Buen Padre Dios, siempre lo cumplirá en favor nuestro.
El señor nuestro Dios, tomando una decisión soberana, se compromete en salvar al pueblo hebreo de los sufrimientos que supone la esclavitud que padece en Egipto, y también se compromete en entregarle una tierra que mana leche y miel, es decir, una tierra de abundancia.
Para alcanzar lo prometido el pueblo debe hacer su parte, es decir avanzar por el desierto, con todo lo que supone hacerlo: privación de alimentos, falta de agua, tener que acampar en carpas a la intemperie.
Es aquí, EN LA CARENCIA, donde la desconfianza se opone a la fe y lleva al pueblo hebreo a murmurar contra Dios, olvidando que es quién lo ha liberado de la esclavitud, que lo ha salvado, y el pueblo en la carencia añora la comida dejada allá en el lugar de su sufrimiento.
La falta de agua para saciar la sed, arrincona al pueblo hasta la desconfianza, se le hace difícil la fe, pero el Señor sale en auxilio de su pueblo y por medio de Moisés les da a beber agua hasta saciarse de aquella roca en el Horeb, lugar de la zarza ardiendo, lugar de EPIFANIA de Dios.
Pero ahora se convierte en lugar que señala el comportamiento desconfiado del pueblo, por lo que “…puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la rebelión de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor…”
Que este señalamiento nos recuerde que aun cuando los momentos se muestren difíciles en la vida, que la desconfianza que brote en nuestros corazones no nos hagan olvidar las promesas de Dios, sino que por el contrario traigamos a nuestra mente el recuerdo de que Dios siempre cumple su promesa para que esos momentos cruciales de la vida no se nos dificulte la fe, por el contrario, recordemos que Dios mismo vendrá en nuestro auxilio y nos saciará y salvará.
El apóstol escribiendo a los Romanos les recuerda que han recibido la justificación por la fe. Una fe que les da acceso a una gracia que se les alcanza en Aquel que murió por los pecadores para salvarlos.
Esta es la prueba que Dios los ama: ya “que siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros…”.
Esta esperanza no nos defrauda “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones…”.
El Evangelio de este domingo, está tomado del Evangelio según San Juan, y nos presenta el relato conocido como el ENCUENTRO CON LA SAMARITANA.
En el pasaje se establece un diálogo entre el Señor Jesús y la samaritana y aunque el tema inicial es la sed de agua, pronto se eleva la conversación a un tema referente a la fe que pasa por la verdad de reconocer una situación de vida y el lugar legítimo donde dar culto a Dios. A partir de este momento el desenlace se mueve en otro nivel, con la confesión de la mujer que dice saber: “que va a venir el Cristo y que cuando venga Él les dirá todo” y la confesión de Jesús que Él es el que debía venir. La mujer que sale a buscar a la gente de su pueblo para anunciarles que hay uno que parece ser el Mesías y la gente recibe el anuncio y se pone en camino al encuentro con Jesús en el cual creyeron y le pidieron que se quedara con ellos, lo cual hizo que muchos más creyeran en Él por su predicación. Entrelazado a este desarrollo está la relación y dialogo que el señor tiene con sus discípulos quienes se preocupan por proveer de alimentos para el grupo, gente que no termina de comprender que la salvación de Dios es para todos y por eso a todos se les tiene que anunciar el Evangelio de la salvación. La preocupación de los discípulos pasa por si el Señor come o no come, pero que el señor les ayuda a elevar la comprensión del mensaje haciéndoles saber que su “…alimento es hacer la voluntad del que lo ha enviado y llevar a término su obra”. La fe pasa por hacer la voluntad del Padre que está en el cielo.