La expulsión de los comerciantes del templo de Jerusalén por Jesús, es un acontecimiento decisivo en su vida -(la narran los cuatro evangelistas: Jn 2, 13-25, Mt 21, 12-25; Mc 11, 15-19 y Lc 19, 45-48). Es también impresionante por lo que Jesús hace y por cómo lo hace, lleno de una .extraña fuerza, que logra que, en unos minutos, el templo vuelva a ser “casa de oración” (y no “cueva de ladrones”). Debió ser además como un sueño ver el templo sin las cuadras de animales en venta para los sacrificios y sin las mesas de los cambistas. Pero la cosa no gustó para nada a las autoridades y a los afectados.
La razón por la que Jesús actuó así la encuentran los sinópticos en los profetas Isaías (56,7) y Jeremías (7,11), cuyas palabras ponen en su boca. Las autoridades y el pueblo sabían que estaba prohibido el uso del templo para fines profanos, pero lo consentían por razones de conveniencia (y de utilidad para los jefes). Sabían también que, algún buen día, habría de aparecer un profeta o el mismo Mesías, que poniendo el grito en el cielo pondría también las cosas en su sitio. ¿Era eso lo que había pasado? ¿Era Jesús el Mesías? Había respetado a las personas, pero el celo por la Casa de Dios lo devoraba (Sal 69,10) y no pudo menos de hacer lo que hizo.
Los discípulos vieron en ello un signo de que Jesús era el Mesías. Lamentablemente no vieron lo mismo los afectados y los jefes (judíos, los llama Juan), y se apersonaron donde Jesús pidiéndole explicaciones y un milagro como prueba de su autoridad para actuar así. Lo que Jesús hizo no fue exactamente el milagro o hecho portentoso sobrenatural, que ellos esperaban. Pero sí la profecía (y el milagro de los milagros) de su resurrección: destruyan este templo, dijo señalando cuerpo, y en tres días lo reconstruiré. Los judíos lo tildaron de loco, al interpretar mal lo que había dicho de los tres días (Mt 27,40). Pero para nosotros, los creyentes, Jesús no sólo profetizó su resurrección sino que nos hizo entender que desde entonces hay un nuevo templo en la tierra. Más santo y en el que se adora a Dios en espíritu y en verdad: Jesús.
El templo, todo templo levantado por mano de hombres, ha sido reemplazado por un templo más santo, por el Cristo glorificado, del que la Iglesia es su cuerpo resucitado y hace que los bautizados sean morada de Dios (Jn 14,23) y templos vivos del Espíritu Santo (1 Cor 6,19). Será bueno tenerlo en cuenta a la hora de pedir y dar respeto y cuidado al templo material. ¿¡Cuánto más respeto, cuidado y atención, merece la persona? Y nos merecemos y nos debemos nosotros a nosotros mismos.