EN LA OBEDIENCIA, LA ALABANZA Y LA GRATITUD ESTÁ BENDICIÓN DE DIOS

Hoy mucha gente que busca “bendiciones” y “salvaciones” por todas partes, hasta por internet (redes sociales). Vivimos con una sed de seguridad tan grande que daríamos todo para conseguir lo que anhelamos para “sentirnos bien” por lo que deseamos, y algunos en ese proceso, hasta admiten elementos no tan santos para obtener ese tipo de bendiciones y salvaciones. Mucho cuidado. No nos damos cuenta que la misma bendición de Dios está “a nuestro alcance”.

Naamán, según cuenta el autor del segundo libro de los reyes, fue General del ejército del rey de Siria, hizo algo que muy pocos se podían haber atrevido a hacerlo: “bajó al jordán y se bañó siete veces” (2Rey.5,14-17). Y esto, dio como resultado que “su carne quedó limpia de la lepra”. Él, no hizo otra cosa que obedecer en Fe a Eliseo y por eso recibió la bendición de Dios que tanto anhelaba. Eso le valió para reconocer (alabar) que fuera de Dios no hay otro más. ¿Cuántos de nosotros sabemos reconocer que Dios es bueno y que tiene poder para cambiar el luto en danzas, la enfermedad en salud, la tristeza en gozo, la desesperanza en esperanza? ¿O es que todavía tengo dudas de su actuar?

No podemos olvidarnos de Dios, no debemos. Y esta fue una recomendación, por no decir un pedido que le hizo Pablo a su amigo Timoteo: “Acuérdese de Jesucristo, resucitado de entre los muertos” (2Tim.2,8-13). El recordarse de Jesús, de parte del creyente, hará que su fe sea madura, y que tome conciencia que Él, y no otro, da salvación, que deberíamos perseverar en su camino, porque reinaremos con Él. Esa fue su alabanza que San Pablo le hizo a Dios, y lo gritó a los 4 vientos: “Si con Él morimos, viviremos con Él”.

El cuadro que Lucas nos presenta en su evangelio hoy, ya lo conocemos. Es la sanación de los 10 leprosos, que previamente vinieron a encontrarse con Jesús. Este encuentro se dio con un grito muy particular lleno de esperanza: “se detuvieron a cierta distancia y a gritos le decían: Jesús ten compasión de nosotros” (Lc.17,11-19). No hay que olvidar que, en el tiempo de Jesús, un leproso era considerado una persona impura (cf.Lev.13,8). Una persona no se podía acercar a un leproso, no sólo por el contagio físico, sino porque esta se volvía impura. Jesús acogió su grito, los escuchó, no le importó el legalismo farisaico, actuó con misericordia que eso a veces nos falta. Hoy, delante de Jesús, ¿cuál es tu grito?, ¿con qué lepra me presento delante de Él? ¿Con la de la indiferencia, la de la falta de fe, la del rencor, de la soberbia, el desgano, el miedo, la confusión, el escándalo, la falta de conversión y de amor?

Los leprosos recibieron, un mandato de Jesús, y éstos fueron obedientes: “vayan y preséntense a los sacerdotes”. El fruto de esa obediencia fue su sanación física: “mientras iban de camino quedaron limpios”. ¿Eres obediente a los mandatos de Dios y a sus promesas? ¿Le crees a Dios o pones en duda su actuar? Pero un detalle que llama la atención es la de aquel personaje que fue a dar gracias a Dios y a alabarlo: “a grandes gritos y postrándose rostro en tierra”. No me puedo quedar callado ante las maravillas de Dios, San Pablo lo dirá en la 2da lectura: “la palabra de Dios no está encadenada”. Nadie tiene el derecho de acallar la voz de Dios, ni impedir el hablar y el actuar de Dios, porque se estaría enfrentando con Dios mismo. El leproso le alabó a Dios por todo. ¿Acaso la alabanza es “propiedad exclusiva” en un grupo o movimiento en la Iglesia? En la alabanza está la bendición de Dios. Una motivación será: “todo ser que vive alabe a Dios” (Salmo 150,6). El nuevo catecismo reconoce que la oración de alabanza: “es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él es” (Nvo.Cat.2639). No tengamos ni reparo, ni miedo, ni vergüenza de alabar a Dios en donde nos encontremos, la misma Eucaristía es una alabanza perfecta a Dios.

Jesús confirma, con el corazón en la mano, su bondad salvadora en ese leproso agradecido: “levántate y vete; tu fe te ha salvado”. ¿Quiénes desean recibir bendición de Dios? Cree, confía en su palabra, en su poder, en sus promesas; no dudes, sé obediente, canta y alaba con toda libertad las maravillas de Dios como María Santísima (cf.Lc.1,46), nadie te lo puede impedir. Que tu vida, la mía y la de todos, sea una alabanza a Dios.

En la obediencia, la alabanza y la gratitud está la bendición de Dios.

Con mi bendición.

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