Hoy, al igual que en la semana pasada, el Evangelio nos presentan el tema de la fe.
En este pasaje vemos más claramente la fe como respuesta del hombre a Dios. Es el segundo momento, donde el hombre hace lo que Dios le manda; ya que el primer momento es el haber recibido el don de la fe, el regalo de la fe de parte de Dios. Don o regalo que lleva al hombre a creer en Dios como Padre que nos ama, como creador de toda la creación, cómo aquel que ha enviado a su Hijo para salvarnos a todos y a confiar en Él.
Es esta confianza que lleva a los diez leprosos a gritar al Señor Jesús “…ten compasión de nosotros”. Y efectivamente esta confianza depositada en la persona del Señor Jesús por estos hombres no queda defraudada, sino que por el contrario su grito ha sido escuchado y su pedido atendido. Solo tienen que hacer lo que el Señor les ha mandado, deben ir a presentarse a los sacerdotes, quienes deben darles el certificado de estar curados y teniendo el certificado de su curación poder reintegrarse a la vida de la comunidad, ellos que por su enfermedad habían quedado marginados de toda vida comunitaria y estaban condenados a una vida marginal, sin derecho siquiera ha acercarse a los demás, por eso a cierta distancia empezaron a gritar al Señor.
El efecto de quien vive la fe como obediencia a lo que Dios manda es en este caso la obtención de la salud corporal, ya que mientras iban de camino “quedaron limpios”. Es decir, el solo hecho de obedecer o hacer lo que el Señor Jesús les había mandado; tan solo por eso, los diez leprosos quedaron limpios. La fe que han puesto en el Señor Jesús los lleva a hacer lo que el Señor Jesús les había mandado.
El evangelista nos hace notar que uno de ellos yendo de camino a presentarse a los sacerdotes, se dio cuenta que estaba curado y se volvió a donde estaba el Señor Jesús, ante quien se postro rostro en tierra, gesto de adoración a Dios, y le daba gracias. Gracias por haber quedado limpio de la lepra, gracias porque nuevamente podrá vivir dentro de la comunidad y ejercer sus derechos y practicar sus deberes ciudadanos, pero sobre todo gracias a Dios porque no deja de escuchar el grito de los pobres, los marginados, los necesitados. Total, Dios mismo se ha hecho protector de todos ellos, y por eso el hombre curado no duda en alabarlo a grandes gritos.
El ser personas agradecidas, tal parece que no es práctica de todos, por lo menos así lo nota el Señor Jesús, cuando pregunta dónde están los otros nueve que también han quedado limpios, curados. El contraste entre los nueve que no han regresado a dar gracias al Señor y el que si regreso es que este último es un samaritano, es decir un extranjero; tal parece que quienes deberían agradecer a Dios por su actuar en favor de ellos no saben agradecerlo, sin embargo, el extranjero si sabe agradecer el actuar de Dios en su favor. Este contraste lo hará notar el Señor Jesús en otro momento cuando les recuerde a los judíos que en tiempos del profeta Eliseo, Dios no lo mando a sanar a ningún judío, sino que fue a un extranjero, Naamán, el sirio, a quien limpio de la lepra, es el tema de la primera lectura.
En esta segunda semana del mes de octubre, mes de las misiones, ofrezcamos todos, nuestro sacrificio en favor de los misioneros y misioneras y también en favor de aquellos hermanos y hermanas que viven en territorio de misión, para que estos se abran con un corazón generoso al mensaje del evangelio y aquellos que llevan el mensaje sientan que están cumpliendo con el mandato del Señor “anunciar a todos los pueblos el Evangelio de la salvación”.
En este mes de octubre, “mes del Señor de los Milagros”, hermanos y hermanas pidamos al Señor que nos conceda la gracia de reaprender a leer el Evangelio al contemplar el mural en el templo o en el lienzo que sale en procesión y que todos nosotros con devoción veneramos y seguimos.