El evangelio del día de hoy (Lc. 17, 5-10) comienza con una petición que hacen los discípulos a Jesús: “Auméntanos la fe”. Es un ruego legítimo ya que ellos, influenciados por sus propias resistencias internas que brotaban de la inseguridad de su propio corazón, y por las repercusiones externas, propias del ambiente donde vivían, todavía dudaban que Aquel a quien acompañaban pudiera ser el Mesías prometido, el Hijo de Dios. También nosotros podemos pasar por experiencias parecidas y, en más de una ocasión, habremos suplicado al Señor que nos dé fuerzas (fe) para no desfallecer en el camino de la vida.
El Señor, por lo tanto, nos invita a profundizar en su mensaje, a reconocer su presencia en las cosas ordinarias y extraordinarias de nuestra vida y, así, aceptar la vida con sus luces y sus sombras con un profundo sentido de alabanza y agradecimiento. Creer en Cristo y con Cristo es reconocer la presencia y la bondad de Dios con nosotros, poner en Él la confianza fundamental de nuestra vida y, en consecuencia, ajustar nuestra voluntad a la suya con una obediencia que no coarta nuestra libertad sino que es expresión de adoración, reconocimiento y amor.
La fe auténtica, adulta y profunda, se caracteriza por aceptar los designios de Dios en cualquier momento de nuestra vida tanto cuando sus planes coinciden con los nuestros como cuando nos vemos en situaciones incomprensibles que nos resulta difícil de entender.
La fe, que la heredamos desde el bautismo, es dinámica, en un proceso permanente de purificación y de interiorización con el Señor. Para que sea eficaz deberá ir acompañada de obras positivas porque “una fe sin obras es una fe muerta” (St. 2, 26).
La virtud de la humildad está íntimamente relacionada con la fe. La autosuficiencia humana, la soberbia, el considerar que todo lo podemos conseguir con nuestros propios medios ciegan el sentido de “dependencia” con Dios que debemos dar a nuestra vida para que sea la fuerza del Señor quien le dé sentido desde un ambiente de serenidad de espíritu que nos haga capaces de actuar en armonía con Él, las personas y el mundo.