“De ricos y pobres” viene a ser el otro título de la parábola de “el rico epulón”, que nos cuenta Jesús (Lc 16, 19-31). De ricos y pobres, no porque nos presente su ideario sobre los ricos y los pobres o sobre la riqueza y la pobreza, ni menos porque condene a unos y alabe a otros o enfrente a pobres y ricos en una anacrónica lucha de clases. En su estilo parabólico, Jesús quiere insistir una vez más en la malicia que encierra la riqueza (como el poder) y en la bondad que encierra la pobreza (como la humildad). Con las consiguientes consecuencias sociales y religiosas, que pueden derivarse y casi siempre se derivan en quienes son ricos y quienes son pobres.
Llama la atención ver cómo Jesús carga las tintas al describir a los dos personajes: al rico, a quien llama “tragón” (epulón en griego) y al Lázaro, a quien presenta como un pobrecillo. Sin duda para acentuar su enseñanza de que los pobres de espíritu, los anawin como Lázaro, responden mejor al Plan de Dios que los ricos como el epulón. En el caso de la parábola, Jesús no llama hombre malo al rico sino epulón o tragón. Tampoco llama hombre bueno al pobre sino Lázaro, que en hebreo significa “Dios ayuda”. El final del relato nos hace ver que el epulón conoce muy bien a Lázaro, pero lo ignora. Ni cumple el fácil expediente de dar una limosna al pobre para sentirse en paz con Dios, consigo mismo y con los demás.
La gran lección de la parábola está en hacernos ver que de por sí -y más allá del mal uso que podamos hacer de las riquezas – , estas tienden a separar de Dios mientras la pobreza acerca a Él. “Un hombre con abundancia de bienes materiales corre el gran peligro de hacerse avaro, acaparador y opresor, así como de aislarse de la vida y de su sentido, y de creer que los pobres tienen que estar siempre pobres y echados fuera de su puerta y de su pensamiento”. Es el caso del epulón. La pobreza, por el contrario, tiende a acercar a Dios. Es el caso de Lázaro. “A pesar de su pobreza, de sus sufrimientos físicos y de su abyección, tanto que hasta los mismos perros (animales impuros) le lamían sus úlceras, no muestra ningún resentimiento, odio o desesperación, sino que se siente un “pobre de Yaveh” (Mt 5, 3-12)”.
A los fariseos no les gusta lo que Jesús dice de la riqueza y del “sucio dinero”, como Él lo llama, y de que tengan que gastarlo en hacerse de amigos (Lc 16, 9-12), lo que hoy llamamos su función social. Hasta se ríen de Él (Lc 16,14). Pero a Jesús le gusta aún menos que se dejen atrapar por Mamonn (nombre e imagen que personifica las riquezas y el dinero) y que terminen adorándolo: no se puede servir a Dios y a Mammon. (Lc 16,13). Estamos advertidos para que no soñemos con grandes riquezas sino con tener lo suficiente para vivir con dignidad, como decía y hacía S. Pablo (1 Tim 6, 8)