LAS TINIEBLAS NO PUEDEN REINAR

Si abrimos el internet o cualquier medio de comunicación siempre vamos a encontrar gente especializada en hacer daño a los demás, vemos injusticias por todas partes, gente que violenta los derechos del otro, hay muchos que les gusta manipular la conciencia y la salud de los demás y encima meter miedo por todas partes, también vemos que se quiere silenciar la voz de los que hablan de parte de Dios, parece como que la corrupción llega a tal punto que nos quieren convencer de que eso es bueno (cf.1Pd.5,8). ¿No creen que esa es una “astucia” del enemigo, haciéndonos creer que lo malo es bueno?

Un profeta, es una persona elegida por Dios, ungida por el Espíritu Santo, habla buenas nuevas, denuncia lo que es malo o lo que va en contra del plan de Dios, y propone siempre un camino de conversión permanente. Amós no está lejos de vivir su ser profeta. No se quedaba callado cuando veía muchas injusticias: “Disminuyen ustedes la medida, aumentan el precio, usan balanzas con trampa, compran por dinero al pobre” (Am.8,4-7). La denuncia que hace Amós es más que seria. Critica a los que buscan su propio beneficio y no piensan en el bien del otro. ¿Cuánta gente se aprovecha de los demás, “usando” incluso, su condición o estado para maltratar la dignidad de los demás? ¿No será que se esté caminando en la tiniebla y no en la luz? Perdemos muy fácilmente el norte de nuestra fe.

Necesitamos volvernos para Dios y convertirnos de verdad (Mc.1,15; Is.1,17). No cuesta nada obrar bien y con recta intención, eso nos hace libres y felices; en cambio lo otro nos hace esclavos y desdichados todo el tiempo.

Te recuerdo y nos recordamos todos que, por el Bautismo Dios nos dio la gracia de ser: SACERDOTES (podemos bendecir y alabar a Dios de palabra y obra), PROFETAS (anunciando buenas nuevas, denunciando lo que va en contra de Dios), y REYES (porque estamos llamados a servir y no a servirnos de los demás).

Desde el plano de la fe, San Pablo nos hace un pedido, a propósito de buscar obrar bien: “Te ruego, ante todo, que se hagan oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres…para que podamos llevar una vida tranquila y pacífica, religiosa y digna” (1Tim.2,1-8). Al hacer eso, le estamos agradando a Dios, porque desea que todos nos salvemos. Orar, alzar las manos, suplicar, eso es estar unidos a Dios para que podamos obrar conforme a lo que Dios quiere cada día de nuestra vida. Esto es un reto permanente.

Jesús nos advierte, según el evangelio de hoy (Lc.16,1-13), que hay gente perversa, astuta, con malicia que quiere destruir a los demás con su astucia: “los hijos de este mundo son más astutos, con su gente, que los hijos de la luz”. Cuenta una parábola, la del administrador astuto. El dueño confía sus bienes a un administrador que le falla, y éste es despedido. Pero para quedar bien, empieza a emplear su astucia para ordenar la deuda de los trabajadores. Lo que tú has recibido, por pura gratuidad de Dios y por esfuerzo tuyo, ¿lo estás aprovechando bien para servir a los demás o para servirte de los demás? ¿Empleas astucia para maltratar a los demás o para valorar su propia dignidad? ¿De verdad quieres el bien de los demás o quieres su destrucción? Jesús nos advierte, al final del evangelio que “no pueden servir a Dios y al dinero”. O estamos o no estamos con Dios, o estamos del lado de la injusticia o no lo estamos, o estamos del lado del egoísmo o del bienestar del otro. Estamos a tiempo para cambiar.

Las tinieblas no pueden reinar.

Con mi bendición.

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