Queridos amigos
“Parábola del administrador sagaz” debiera titularse la parábola que hoy nos trae el evangelio (Lc 16,1-13). Parte de una constatación: que “los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz” (Lc 16, 8). Y lleva a un cuestionamiento: que peor que la maldad de los malos es el silencio de los buenos. Es esto lo que apena a Jesús: comprobar que para los negocios, ideologías y políticas, “los hijos de este mundo” se organizan, se mueven rápido, trabajan duro, actúan con decisión, corren riesgos, hasta dan su vida, cosas que apenas hacen “los hijos de la luz”. Hablando en general, estos apenas se meten en las cosas de este mundo, para las que parecen tan desmotivados, tan quedados, tan temerosos.
Haciendo suya la observación y queja de Jesús, San Vicente de Paúl, hombre tan activo como santo, decía a sus misioneros: los comerciantes y hombres de negocios, amanecen haciendo lobby ante el Rey, esperando ser atendidos, van y vienen siempre con prisas, corren riesgos, a veces mueren en sus viajes… Y todo eso por conseguir cosas materiales o algún título. ¿¡Y nosotros qué hacemos?! ¿¡Cuánto estamos dispuestos a trabajar, a luchar y sufrir por la causa de Dios!? Francamente y lo digo con pena, nos dan ejemplo… ¿Se aplicará a nosotros la observación y queja de Jesús y de San Vicente? Y ahora del Papa Francisco, que nos reclama salir a las periferias, ir a meter ruido, negociar con las cosas del mundo, trabajar por instaurar las cosas en Cristo.
Por sus intereses personales y/o partidarios, ellos se movilizan, están por todas partes, buscan los primeros puestos, captan el poder, imponen sus ideologías, etc. Se dirá que los cristianos no pueden actuar así, que no es evangélico… Y citarán aquello de que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha (Mt 6,3). Pero no es esto lo que nos manda Jesús en el evangelio de hoy, cuando lo aclara diciendo: que brille su luz ante los hombres, y que vean sus buenas obras y den gloria al Padre Dios (Mt 5,16).
Y nos da las siguientes recomendaciones: utilicen “el sucio dinero” en hacerse amigos (Lc 16,9) remediando necesidades, promoviendo personas y causas buenas, creando trabajo bien remunerado, etc. de modo que un día sean recibidos en el cielo. Gánense la confianza de todos siendo intachables en el manejo del dinero y con lo ajeno (Lc 16, 11-12). Muéstrense honrados en lo pequeño para que se les confíe lo grande (Lc 16,10). La parábola termina con el dicho sobre Dios y la riqueza, que se encuentra mucho más desarrollado en Mateo (6,24+), y que debemos tener siempre muy presente: No podemos servir a Dios y al dinero (como si fuera otro Dios).