EL ORGULLOSO NO ACEPTA LAS EXIGENCIAS DEL MAESTRO

¿Sabes Jesús? Tú nos enseñas que no podemos nada sin ti, que si queremos crecer debemos “disminuir” como dice tu siervo San Juan Bautista; pero hay personas que prescinden de tu amor, de tu gracia y de tu presencia. Cuánta gente hay en este mundo, Jesús, que le gustan los aplausos, o sobresalir para que les “miren bien” o para “ganarse el cariño de todos” y así hace daño a otros. Cuánta gente hay, Señor Jesús, que no le gusta que otros salgan para adelante. Cuánta soberbia hay en este mundo, perdónanos Jesús. Tú tienes razón cuando dices desde la cruz: “perdónales porque no saben lo que hacen”. Ayúdanos a destruir en nosotros la soberbia y aprender de tu Madre y de los santos la virtud de la humildad. Amén.

¿Te has preguntado cómo trabaja el diablo en los soberbios? La respuesta la tenemos en la 1ra lectura. “Tendamos una trampa al justo, veamos si sus palabras son verdaderas…lo someteremos a humillación y a tortura” (Sab.2,12.17-20). El soberbio o el orgulloso se incomoda por encontrar personas que tratan de seguir a Jesús con radicalidad imitándole en su actuar, pensar y decir. ¿No será que estamos acostumbrados a rechazar todo lo que viene de Dios? ¿No será que hoy en día nos incomoda que Dios mismo, porque nos ama, nos exija caminar bien según su voluntad? Hoy seguimos asistiendo a un mundo que cada vez prescinde de Dios, ya los mandamientos y sacramentos quedaron en el olvido para mucha gente.

Es lamentable ver a diario a personas o grupos de personas que lo único que albergan en sus corazones es odio en vez de amor, rechazo en vez de aceptación humilde del otro, autoritarismo en vez de paz y escucha atenta del otro aunque piense distinto, prejuicio en vez buenas relaciones fraternas. ¿El orgulloso le habrá declarado la “guerra” al humilde? Santiago hoy advierte que: “Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males” (Stgo.3,16-4,3). Lo único que quiere el orgulloso es: ambicionar, tener más, pisar el derecho del otro y manipularlo, ser más que otros, y muchas de las veces a costa de matar ilusiones y esperanzas. Santiago, hoy domingo, es realmente fuerte en sus palabras: “Ustedes ambicionan, y no obtienen, matan y sienten envidia, PERO NO PUEDEN CONSEGUIR NADA y entonces combaten y hacen la guerra”.

Hace muchos años atrás, a un personaje conocido de una ciudad le invitaron a dar una conferencia en un auditorio de más de 600 personas. La invitación la había hecho el alcalde de la zona y abierta a todos sin excepción alguna. Cuando el conferencista estaba ya a la mitad de la charla, vio de pronto que llegó a ese auditorio a escuchar su charla un joven de 20 años de edad. Su aspecto para muchos, era poco atrayente: venía muy mal vestido, su manera de caminar era dificultosa (por tener problemas psicomotriz), no estaba bien aseado y tenía problemas para hablar. Sólo se sentó en una de las últimas bancas. Bastó ese gesto para que todos los que estaban en esa banca se levantasen y fueran a otro sitio. Esto provocó la incomodidad del conferencista, que justo estaba hablando de la práctica de los valores. El conferencista se tomó la atribución, con mucho tino, de llamarles la atención a todas esas personas, que no tuvieron otra opción que regresar a esa banca.

El evangelio de hoy puede romper nuestros esquemas, particularmente para aquellos que seguir a Jesús les resulta fácil, y sin exigencias: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará…Quien quiera ser el primero, QUE SEA EL ÚLTIMO DE TODOS, Y EL SERVIDOR DE TODOS” (Mc.9,30-37). Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, pero también la forma cómo vivir ese discipulado. Hoy el mundo busca el aplauso, la vanagloria personal, busca que se le reconozca todo lo que hace y dice para “sentirse bien”. Hoy Jesús pide de sus discípulos, servicio y acogida, y este incondicional.

Aquel joven de la historia, le vemos que tiene un alma pura e inocente, sólo quería sentarse y recibir el calor fraterno de los demás, es el niño del evangelio que Jesús lo coloca en sus brazos: “El que recibe a un niño como este en mi nombre, ME RECIBE A MÍ”. ¿Quiero realmente ser discípulo de Jesús? Mi tarea permanente será servir, no servirme de los demás, buscar agradar a Dios con gestos y palabras. ¿Seré de los orgullosos que no les gusta ser corregidos?, ¿seré de los orgullosos que prescinden todo el tiempo de los sacramentos ya que no quieren saber nada de la Iglesia?, o ¿seré de aquellos que reconociéndose pecadores (cf.Lc.18,13-14) se ponen siempre en manos de Dios, para servirle, ya que sin ÉL no pueden hacer nada?

El orgulloso no le gusta que el humilde se gane el cariño de Dios y su atención preferencial (cf.Lc.4,18-21; Mt.25,31-46). El orgulloso no acepta las exigencias del Maestro, el humilde sí, porque no puede hacer otra cosa que agradarle cumpliendo su voluntad. Si de verdad quiero ser discípulo de Jesús, no debo olvidar de hacer lo que Jesús manda (Jn.15,14). ¿Aceptaré el reto de seguir de verdad a Jesús?

 

Con mi bendición.

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