Queridos amigos
Uno no sabe por qué, pero Dios, que es tan justo como misericordioso, ha querido mostrársenos en esta vida, más misericordioso que justo. Así es y así lo ha venido manifestando, para nuestro bien, con palabras y hechos, a lo largo de nuestra historia. Al respecto, la Palabra de Dios es terminante, tanto en el Antiguo Testamento como, sobre todo, en el Nuevo con Jesucristo. Lo prueba, por ejemplo, el evangelio de este domingo (Lc 15, 1-32), que, con sus tres parábolas, nos muestra la primacía de la misericordia de Dios y de Jesucristo para con nosotros. Y lo muestra identificándose con un pastor que perdió una oveja, con una mujer que perdió una moneda y con un padre que perdió un hijo…
Con personajes y en ambientes distintos, cada una de estas parábolas contiene los mismos elementos. Hay una pérdida (de una oveja, una moneda, un hijo, que nos representan a nosotros); hay una búsqueda (acuciosa y esperanzada); hay el encuentro (tranquilizador y gozoso); y hay un compartir (con los amigos, la alegría del hallazgo y de la recuperación). Dicho tan esquemáticamente, la cosa suena fría, por eso les invito a releer las tres parábolas para sentir la pena y la angustia (de la pérdida y la búsqueda), y la emoción y el alborozo (del encuentro y la ulterior celebración).
Son muchas las enseñanzas que podemos sacar de estas parábolas, pero habrá que resaltar y retener ante todo las que Jesús quiso darnos: 1. que Dios Padre y el mismo Jesucristo nos aman entrañable e incondicionalmente, más allá de nuestros méritos y deméritos; y 2. que Su misericordia se inclina preferentemente por “los alejados” y “los pecadores”, aunque nos llegue a todos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores (Mt 9,13; Mc 2,17; Lc 5,32), fue la respuesta en parábolas que dio Jesús a quienes le criticaban que se juntaba y comía con los pecadores. “Parábolas de la misericordia” las llamamos, y será bueno recordar que la palabra misericordia quiere decir “corazón compasivo” e incluye las dos palabras más hermosas de la lengua: amor y perdón.
Entre las otras enseñanzas que se desprenden de la parábola del Padre Pródigo, quiero destacar estas dos: 1. el valor y la importancia de la persona humana, más allá de las circunstancias naturales, económicosociales, espirituales y aún morales, que pudieran rodearla. Dios ama a la persona por sí misma y hace lo imposible para mostrarle su amor misericordioso. 2. El valor y la importancia de la reconciliación, que supone la conversión y el perdón, y que termina en abrazo y fiesta.