DIOS DE TODOS Y PARA TODOS

Sabemos por los estudios bíblicos que el libro de Isaías está conformado por tres bloques de oráculos, y el que leeremos en la primera lectura es el último de ese tercer bloque que probablemente sea parte de una escuela profética al regreso del exilio. Es muy clara la tendencia universalista de esta profecía. Israel está llamado a congregar a las naciones en Sión, mostrándose como ciudad abierta para todos los que traigan a sus hermanos; como los sacerdotes que traen los vasos sagrados, así se acercarán los extranjeros como si fueran parte de la herencia del pueblo elegido. Y no solo eso, sino que de entre ellos, elegirá sus consagrados. Sin duda, una profecía escatológica universal.

La carta a los hebreos nos presenta la exhortación final de la segunda parte de este escrito, antes de los consejos prácticos. El autor desea comentar la importancia de la corrección apelando a la tradición sapiencial, motivando a los responsables de la comunidad a asumir lo que hace el mismo Dios con sus hijos, a quienes, por amor, no puede renunciar a corregirlos. Es tiempo de la exigencia, es tiempo de revisión, es tiempo de decisión.

Un nuevo discurso se abre en el evangelio de Lucas a partir de una pregunta de los del público acerca de la salvación. Como otras tantas veces, Jesús no da una respuesta precisa, sino apela a proponer una reflexión necesaria y urgente: si deseas salvarte debes exigirte entrar por la puerta estrecha. El lenguaje es el clásico estilo profético de advertencia. De una forma similar a la parábola del rey al final de los tiempos que pone a unos a su derecha y a otros a su izquierda y les conmina a formar parte del séquito real o a ser condenados por servirle o no en los más pequeños; presenta las cosas desde una óptica distinta pero complementaria: se sentían muy seguros de haber estado con el Señor compartiendo su sentir y pensar, pero resultaba que no era así. Se confiaron. Sorprendentemente, este discurso termina con una afirmación sobre la universalidad de la salvación pues se nombra a los patriarcas y profetas como invitados al banquete al cual podrán acceder los venidos de los cuatro puntos cardinales, a sentarse en la mesa del Reino de Dios. Así, aquellos que no eran contados, pues pasan a ser acogidos como herederos del reino de Dios. Si confesamos que Dios quiere salvar a todos los hombres, entonces se nos exige la opción de la misión, no para imponer sino para proponer un camino de santidad, una propuesta en la que los últimos serán los primeros y los primeros últimos.

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