TIEMPO DE DECIDIR

 

El libro de Josué abre una siguiente etapa en la historia de salvación de Israel. La figura de Moisés alcanzó un renombre extraordinario, pero su misión culminó en el umbral de la tierra prometida. La pudo contemplar, pero no la pudo pisar. Aquella generación con Moisés contempló el poder de Dios, pero sucumbió ante la idolatría en el camino el desierto. Josué, líder de una nueva generación toma la posta poniendo su esperanza en la memoria del pasado y, nuevamente, con el poder de Dios, logra conquistar a las grandes ciudades de Canaán según nos cuenta el libro que lleva su nombre. La mano del autor, sin duda, presenta este asentamiento como una epopeya militar sin precedentes por parte de un pequeño pueblo forjado en el desierto abriéndose paso hacia un gobierno más estable, alcanzado años después con la monarquía. La asamblea de Siquém representa el momento culminante del asentamiento definitivo en Canaán y, por ende, el cumplimiento de la promesa de Dios dada a los antepasados de una tierra “que mana leche y miel”. Es el momento de fortalecer la alianza y sellarla definitivamente porque Dios ha cumplido su parte. Ahora le toca a Israel escoger para siempre al Señor como su Dios. Y así lo profesan libremente.

Con respecto a la segunda lectura, sabemos por los estudios bíblicos que esta Carta a los Efesios se escribió un tiempo después de la muerte de Pablo. Sus discípulos trataron de mantener viva su memoria en un contexto y tiempo distinto (último cuarto del siglo I); y la comunidad cristiana, conformada ya en su gran mayoría por paganos, decide asumir el régimen familiar y social que imperaba en el mundo de entonces: el patriarcalismo. Pero este régimen no podía sostenerse en el orden imperante tan cuestionado por la predicación apostólica, sino que el parámetro que deberá asumir la comunidad es el de Cristo como el esposo y patriarca de la comunidad. Se empieza pues a regularizar la vida doméstica y la vida comunitaria de una forma muy particular. El esposo y padre debe cumplir sus roles como patriarca, pero debe imitar a Cristo sobre todo en el amor y la responsabilidad de cuidar a la esposa y a los hijos. Lo que gratamente sorprende es que la entendida sumisión de las mujeres pasa a un nivel de reflexión importante: deben ser amadas en el amor de Cristo. Aunque se comprendía que la esposa formaba parte del patrimonio del esposo se le empieza a dar un estatus mayor al asimilarlo al mismo esposo como “uno”, en virtud de la unión matrimonial deseada por Dios desde el principio. Estamos ante una fundante reflexión acerca de la Iglesia y de cómo la vida doméstica debía regularse también desde la fe en Cristo Jesús en las comunidades, ya desentendidas del marco judío.

Llegamos al desenlace de este largo discurso del Pan de Vida del evangelio de Juan que hemos estado leyendo estos últimos domingos. Es la llamada “crisis galilea” que también la contaron, de un modo diferente, los evangelios de Marcos y Mateo. Muchos de sus discípulos lo abandonaron y Jesús con una gran tristeza lanza su lamento: “¿También ustedes me van a abandonar?”. Entender el misterio del Pan de Vida solo puede darse con la aceptación de que la fe es un don de Dios. Pedro asume el desafío de los creyentes y confía que aquellas palabras dichas por Jesús no se pueden asumir como cualquier discurso humano, sino como palabras de vida eterna. Menos mal que Pedro intervino y en él quedan prefigurados todos cuantos desde la fe asumen con responsabilidad el seguimiento de Cristo.

Les comparto un pensamiento: creo que no terminamos de asumir la capacidad de entender la exigencia de la coherencia para un cristiano. Hay quienes profesan que son creyentes, pero su vida es manifiestamente desordenada o contraria a la Ley de Dios. En ocasiones llegan a cuestionar a la comunidad porque dicen que son marginados o no comprendidos o simplemente deslindan el tema espiritual de lo que es “mi vida privada”. Pero también, hay quienes piensan que son tan fieles en el camino de fe que se sienten con el derecho de despreciar al pecador o al que se equivoca llegando a proferir palabras que realmente un cristiano no debería manifestarlas. No es malo indignarse, pero si no la controlamos caemos en lo mismo que criticamos a los demás. Si realmente un cristiano profesa que las palabras de Jesús son de vida eterna, deberíamos aceptar con humildad cuando no está actuando correctamente y debería ponerse a disposición para ser acompañados en la corrección pertinente. No deben ser mis palabras las que justifiquen lo que no es justificable. Son las palabras de Jesús las que me comprometen a ser lo suficientemente coherentes en mi relación con Dios, conmigo mismo y con los demás, pero también para evitar el escándalo y la confusión de mis hermanos. Si no ¿qué sentido tiene comulgar si no busco la comunión de la Iglesia?

Esta crisis galilea se repite constantemente. Muchos abandonan a Jesús, muchos quieren comprender su vida y obra con palabras humanas y no lo abarcan. Es tiempo de decidir, es tiempo de creer, es tiempo de confiar que, con las palabras de Jesús, las de vida eterna, se abrirá mi entendimiento al misterio de Dios, y me exigirá la coherencia pertinente de este estilo de vida. Un buen punto de reflexión sobre esto lo da el Salmo 33 que hoy proclamaremos. Es un cántico que expresa la experiencia de aquel que al clamar a Dios en una situación de angustia fue escuchado, pues al verse acosado por sus enemigos y al no tener justicia de parte de los hombres, fue liberado de su pesar por la justicia divina salió en su defensa. Eso le lleva a proclamar a viva voz que Dios escucha la voz de los humilde. Unámonos con el salmista: “¡Gusten y vean que bueno es el Señor!”.

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