Y todos verán la salvación de Dios

Baruc, es contemporáneo de Jeremías, y vive también la terrible desgracia del exilio. Pero en medio de la desazón y la frustración de aquella desgracia, profetiza un tiempo nuevo para el futuro Israel. Esta esperanza del retorno, no solo implica que el Señor les cambiará la suerte, sino que ellos tendrán que aprender a sostenerse en la justicia de Dios, no en sus caprichos y pareceres, de allí el cambio de nombre. El profeta interpreta teológicamente lo sucedido, y entiende que nada se le escapa a la soberanía de Dios, y así como les impartió la lección para una reflexión profunda acerca de su fe, les aviva la esperanza de que su regreso será guiado por el mismo Dios para lo cual es preciso allanar bien el camino. Escucharemos en la segunda lectura, el exordio de la carta de Pablo a los filipenses, donde agradece a Dios y suscita la emoción de sus oyentes apelando al recurso de la memoria pues los hermanos filipenses atendieron a Pablo en sus necesidades mientras estaba en la cárcel. Es la carta más sentida y emotiva de Pablo resaltando la generosidad de los filipenses, con lo cual fundamenta que no hay mejor manera de vivir en santidad que practicando la caridad, y eso a sabiendas de asumir de los riesgos de la marginación y de la degradación en el honor, puesto que estaban ayudando a un preso. Esta ayuda llegó gracias a Epafrodito, un hermano de la comunidad, que decide quedarse para atender a Pablo pues este se hallaba preso por causa del evangelio probablemente en Éfeso. Como contará en la misma carta, este hermano se pondría muy mal, lo que produjo una gran conmoción en los hermanos filipenses quienes se lamentarán pensando que algo malo habían hecho, pero gracias a Dios, se recuperará y Pablo lo enviará con esta carta, para que se convierta en modelo viviente de la confianza en la providencia divina. El fragmento del evangelio que escucharemos, abre la sección del ministerio público de Jesús y Lucas, como buen “historiador”, propone el contexto histórico donde se situará este momento salvífico de Dios. La visita de Dios se hace patente en la irrupción del “Kairos” en un momento específico de la historia: Israel sojuzgado por Roma. Aparece el nombre del emperador, Tiberio; del procurador romano, Pilato; de la dinastía de los herodianos, reyes títeres para ayudar a mantener la paz en esta región tan convulsionada para Roma; de los sumos sacerdotes que ostentaban la autoridad religiosa del pueblo judío, Anás y Caifás, de forma alternada. Y es en este contexto, en que aparece el personaje llamado a preparar la venida del Mesías, Juan el Bautista, asumiendo en su ministerio la profecía de Isaías (40,3ss). La salvación de Dios asoma y quien acepte a la voz que clama en el desierto, estará en la senda correcta para acoger al elegido de todos los tiempos.

Estamos llamados a ser hombres y mujeres de esperanza, a suscitar pensamientos positivos y ánimo donde no lo hay; no podemos dejarnos vencer por el pesimismo y la frustración. Quizá en esto deberíamos aprender más de los pobres y de los que día a día luchan por sostenerse en medio de tantas dificultades. La gratitud de Pablo es algo que podemos rescatar también para nuestro tiempo de adviento. Un acto generoso desprende una sonrisa y una gratitud que conlleva a cambiar un poco el terrible rostro de una sociedad hipócrita y egoísta. Dios asoma su salvación y lo hace en el contexto histórico de nuestra vida. No son los mejores tiempos los que afrontamos, pero para Dios siempre hay un “kairos”, un tiempo especial que se presenta para el creyente, y por eso, es preciso disponernos a acogerlo. Colaboremos en allanar los senderos que están muy elevados (humildad), elevemos los valles que están muy hundidos (confianza), enderecemos lo que está torcido (conversión), igualemos lo áspero (cambio de actitud). Todo esto nos llevará a hacer de nuestro adviento un cántico de esperanza como lo propone el salmo: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.

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