FIDELIDAD A TODA PRUEBA

En la primera lectura de la liturgia de este domingo, escucharemos un pasaje sorprendente pues las continuas alusiones portentosas a la manifestación de la omnipotencia divina de los primeros escritos del AT, cambian rotundamente, y se describe la presencia de Dios como una suave brisa en esta presentación teofánica del primer libro de los Reyes. Elías es el único profeta celoso por Yahvé que queda en Israel, pero está huyendo ante el acoso de la reina Jezabel. Va divagando por el desierto deseándose la muerte, pero Dios lo orienta hacia el Horeb, donde recibirá una manifestación de su presencia y una renovación de su misión profética. Una vez más, el desierto se convierte en un oasis de bendición y renovación de votos, el lugar de la decisión para seguir o no con Dios.

Pablo escribe a los cristianos de Roma, para presentar su proyecto misionero de llegar hasta el confín del imperio, y abre su corazón ante la resistencia de sus hermanos judíos de aceptar la novedad de la fe en Cristo sin reticencias a sus hermanos gentiles, por ello siente que su misión no puede ser completa si sus hermanos judíos herederos de las promesas del pasado no la aceptan y por eso decide hacer un último intento, esta vez en la gran comunidad de Roma a la cual desea visitar.

En el evangelio de Mateo el poder salvador de Dios se manifiesta firme y seguro como la voz exigente del Maestro que camina sobre las aguas pidiendo a sus discípulos que no tengan miedo a pesar de la fuerza de los vientos que azotan la nave. Este pasaje, que intenta ser un momento revelatorio de la identidad de Jesús como el Hijo de Dios, contiene un diálogo que el autor de este evangelio quiso añadir para su comunidad. Pedro quiere caminar como su Maestro sobre las aguas, y el Señor le insta a hacerlo. Pero el miedo y la duda le hace tambalear. Pedro aún no ha llegado a la pasión, falta recorrer un trecho del camino, puesto que aquel poder del mal será derrotado en el drama de la cruz y entonces recién allí Pedro y la barca de la Iglesia podrán navegar sin miedo surcando las aguas del pecado sabiendo que habrán de llegar a buen puerto, la salvación a la cual podrán llegar seguros al lado de Cristo Jesús.

De esta forma la liturgia de este domingo nos introduce en la necesidad de renovar constantemente nuestra fidelidad a Dios. Elías necesita renovar su profetismo y esto lo lleva a experimentar la presencia del Señor en el Horeb, ya no con la teofanía portentosa del pasado sino con la brisa de un respiro necesario para seguir adelante. Pablo abre su corazón para plasmar su deseo de que sus hermanos judíos puedan experimentar lo que a él le aconteció y no intenta desmayar en el intento. Jesús ejerce su soberanía sobre el mar, signo del caos y del efecto contradictorio del pecado, caminando sobre las aguas, con el fin de revelar su identidad ante sus discípulos. Pedro encarna la tibieza del discípulo que aún necesita contemplar al resucitado para poder también con él vencer al poder del mal. Aun con todo, se adelanta la proclamación que será el soporte de la confesión de fe ante el crucificado: “Verdaderamente este es el Hijo de Dios”.

Unámonos al salmista que en su himno añora que Dios manifieste su salvación vivamente, y aunque lo hace siempre a diario en el misterio de la creación y de su providencia, también espera que el hombre colabore para que muchos más hermanos contemplen su gracia la que se traduce en la justicia y en su gran misericordia.

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