Queridos hermanos, una vez más nos reunimos en el día del Señor para darle gracias al Dios de la vida por todas las cosas que nos brinda.

Este domingo curiosamente damos inicio al segundo y final bimestre de nuestro año 2018. Quizás sea oportuno preguntarnos por todas las cosas que hemos podido realizar en este primer semestre. Hay que mirar nuestra vida interior antes que emitir algún juicio sobre los demás. Creo que estamos a tiempo de corregir y enmendar algunos errores, y revisar nuestros propósitos que nos habíamos trazado para este año.

El evangelio de este día nos presenta dos momentos claves en la vida del Señor, manifestar su poder sobre la muerte y devolver la dignidad a las personas menos favorecidas. “En la gran multitud, no podemos diferenciar el milagro” este frase quizás sea crucial para las personas, pero es aún más importante para el mismo Jesús, porque manifiesta a las multitudes su poder de salvar devolver lo que creíamos era un fracaso.

En el centro de los milagros está presente el don incalculable de la vida, don que nos regala Dios, y que solo él es capaz de habilitarnos, pero también es nuestra responsabilidad cuidarla y protegerla desde los inicios, hasta su muerte natural. En este aspecto no podemos seguir permitiendo el maltrato de la vida, como si fuera una cosa con la cual se pueda comercializar, o con la cual se puede hacer un canje. No puede seguir  nuestro mundo enarbolando la bandera del libertinaje en desproporción al valor incalculable de la vida.

En la narración del Evangelio está presente una niña que encarna el valor del inicio de la vida, por eso desde la pequeñez se tiene que defender la vida. Por ello el Señor va en ayuda de este padre que está desesperado, porque recién ha iniciado esta niña la vida, confiando ella un futuro por delante. Es en los niños que Dios se manifiesta por su sencillez, y desde lo profundo se oye resonar la voz de aquellos que nunca llegaron a estar con nosotros. A ti te digo levántate, a ustedes les decimos levántense a defender la vida y gritar como quien grita un gol.

También aparece una mujer avanzada en edad, que nos invita a recapacitar y ponernos a pensar qué estamos haciendo o qué hemos hecho con nuestros hermanos mayores. No pueden existir, o no concibo que existan hijos que prefieren estar en otras cosas a cuidar a sus padres, a los segundos actores en darnos la vida. No pueden ser los mayores signos de estorbo y solo como meros consumidores. Recordemos que ellos conocen mejor que nosotros el camino de la experiencia.

Queridos hermanos vemos en el Señor, al autor y defensor principal del don fundamental de la vida. Defiende la vida, defiende aquel don que hemos recibió fruto del designio de Dios. Hoy somos portadores de la bandera del Señor.

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