Queridos amigos
La Ascensión del Señor es la otra cara de la Resurrección. Ciertamente es grande, lo máximo, haber vencido a la muerte (y al pecado causante de la misma). “Ha comenzado el reino de la vida y se ha disuelto el imperio de la muerte, nos dirá el obispo S. Gregorio de Nisa. Ha aparecido otra vida, otro modo de vivir, la transformación de nuestra propia naturaleza”. Pero aun siendo la Resurrección tan grande, sería trunca e insuficiente sin la Ascensión, que la colma de sentido y valor. Que completa y corona la premiación y glorificación de Jesús por el Padre Dios, al sentarlo a su derecha, muy por encima de todo poder…en este mundo y en el otro, y al poner todo bajo sus pies (Col 1, 21-22).
Es así cómo hay que entender lo que, sobre la Ascensión, decimos en el llamado Credo de los Apóstoles. Hablando a modo humano, lo que el Credo quiere decirnos es que el Padre Dios acogió a Jesús con amor y lo glorificó dándole el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla… y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor (Fil 2, 9-11). Para esto el Espíritu resucitó a Jesús. Pero ¿qué hace Jesús en el cielo? Ante todo gozar de la gloria del Padre. Luego enviarnos el Espíritu Santo (Jn 14, 16), actuar como sacerdote y mediador, ser fuente y modelo para los bautizados, y prepararnos un sitio para que, cuando nos llame, estemos con Él para siempre (Jn 114,3)
Por la Ascensión Jesús está en el cielo con su cuerpo, alma y divinidad. Pero, por voluntad suya, está también en la eucaristía: con su cuerpo, alma y divinidad. No sabemos cómo es esta presencia, que llamamos “sacramental”, pero que está, está (Jn 6, 51+; Lc 22, 19-20; 1 Cor 11, 23+). Siendo Dios pudo hacerlo, y por el amor grande que nos tuvo (y nos tiene) quiso hacerlo y lo hizo en la última Cena. Tanto es así que si preguntamos dónde está Jesucristo Resucitado, la respuesta es: en el cielo, junto a su Padre Dios, y en el sacramento de la eucaristía, por la Iglesia y por nosotros. Son los dos únicos sitios (sic) donde Él está realmente y en persona, aunque espiritualmente esté en cada corazón que lo ama.
En relación con nosotros y según el evangelio de hoy (Mt 28,16-20), la Ascensión del Señor nos enfrenta a una doble tarea: la de mirar a lo alto, para buscar y preocuparnos de las cosas de arriba, donde Jesús está y donde un día hemos de estar nosotros (Col 3, 1+; Fil 3,20+; Ef, 2,6); y la de mirar aquí abajo, para continuar la obra de Jesús: yendo a todos a todos los pueblos y haciendo que sean sus discípulos.